LOS DÍAS GRISES

Mercè

Los días eran grises. De ese tono triste, nostálgico, con una pizca de angustia. Ya no corrían niños gritando por la calle. No se oía el chocar de las copas en las terrazas de los bares y se extrañaba el olor a café por la mañana. 


Alexandra estaba triste. Su vida se iba, se le deshacía entre las manos y no podía evitarlo, no podía hacer nada. 


En las noticias, solo hablaban de lo mismo: que si los monstruos esto, que si los monstruos aquello… Pero nadie tenía los recursos necesarios para echarlos del mundo.


Fue una mañana de domingo cuando todo lo malo empezó en casa de Alex. Ella iba derecha hacia la cocina, cuando pasó por delante de la habitación de Olga y se dio cuenta de que la pequeña de la casa no estaba allí. Al preguntar, corriendo, a sus padres, estos fueron al cuarto. 


-¡No, por favor! A nosotros, no…-decía entre lágrimas su madre, Lola.


Juan, el padre, la abrazaba cariñosamente.


Alexandra, por su parte, se fue a su habitación, donde destapó el piano y se puso a cantar, cosa que siempre hacía cuando estaba triste o preocupada.


-Tenemos que hacer algo -dijo, de repente, Juan, mientras cenaban ese mismo día.


-¿Cómo qué?-preguntó Alexandra. 


Pero no obtuvo ninguna respuesta y no volvió a preguntar.


Al día siguiente, una triste Alex descubrió que la estrategia de su padre no había resultado efectiva, y él había desaparecido. Lo que ella no sabía es que, esa misma noche, su padre había intentado matar a los monstruos. Y los monstruos son monstruos, pero no tontos.


En uno de los días siguientes, Lola decidió proteger a su hija Alex tapando ventanas y puertas, con el objetivo de que los monstruos no pudieran entrar.


Efectivamente, entraron, y se la llevaron.


Finalmente, solo quedaba Alex. Una preocupada y aterrada Alex, a quien se le acababan las opciones e ideas. Hasta que, a punto de la desesperación, encontró una posible solución y un plan para poner en marcha. 


Y así lo hizo.


Preparó unas galletas y café, a pesar de no saber si a los monstruos les gustaba esa bebida. Cuando el monstruo apareció, escondido, Alexandra lo invitó a sentarse. Él, un tanto desubicado, no dijo que no.


-Buenos días, monstruo, ¿cómo estás?-empezó Alex.


El monstruo asintió, cosa que ella interpretó como un “bien”.


-¿Hablamos? Puedes coger galletitas…-siguió Alex.


El monstruo volvió a asentir.


-Cuéntame, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan triste que te has convertido en un monstruo?-preguntó Alexandra.


El monstruo emitió una especie de sonido y se echó a llorar desesperadamente.


-No llores, no pasa nada…-susurraba Alex, mientras empezaba a cantar una canción para tranquilizarlo.


Pero, en realidad, ella quería que llorara ya que se había dado cuenta de que, así, el monstruo se iba haciendo pequeño.


Finalmente, el monstruo desapareció hasta dejar una pequeña Olga, triste, desconsolada, que acabó abrazando a su hermana mayor. Más tarde, los padres aparecieron.


Y es que la gente, convertida en monstruo, era esa que tenía algo dentro que no les dejaba avanzar, porque la tristeza les retenía.


¿Qué, qué dices? ¿Qué cómo lucharía yo contra los monstruos? Pues con bondad, siempre con bondad.


 


 

Categoria de 13 a 17 anys. Institut Banús

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