NAUFRAGIOS SUBTERRÁNEOS

Lucio Galia

  Aquel día hacía un olor especial, un olor a dulce derrota. Me levanté más o menos a la misma hora de siempre. Me duché y me vestí de mí mismo. Me visto así desde que tengo conciencia, cosa que, a veces, no sé si he tenido alguna vez. Pero esto ahora no viene a cuento.


El caso es que hacia las diez de la mañana me eché a la calle en busca del metro. Había quedado con un editor que se había interesado por un libro de narraciones que había escrito. "A ver si hay suerte esta vez", me dije mientras entraba en la estación de Santa Eulalia. El vagón  donde me había montado no estaba muy lleno. Me senté. La inmensa mayoría de los pasajeros tenía los ojos clavados en su teléfono móvil. Yo tan sólo me dejé llevar por la imaginación. Me gusta viajar en el metro. Me resulta estimulante, parece como si uno viajara a otro mundo completamente distinto. Entonces se apagaron las luces,  la velocidad aumentó considerablemente y los corazones se aceleraron. Al cabo de unos minutos todo volvió a la normalidad. Entonces una voz sonó por los altavoces:


-Disculpen las molestias, Nos hemos salido de la ruta y hemos naufragado. Ahora nos dirigimos a una estación desierta.


 Desde entonces vivo en esta estación desierta, con unas veinte personas más. Ya llevamos unos dos años este lugar. Hemos tratado de salir de aquí, pero si vamos por los tres pasillos que dan a la estación, por una extraña razón que se nos escapa, siempre acabamos en el mismo lugar. La verdad es que aquí no se está tan mal. Uno se alimenta de los alimentos que hay en un almacén que pertenece al bar de la estación. Afortunadamente el almacén es generoso, todavía no sabemos cuándo se acabarán los alimentos.  Y pasamos el tiempo cultivando la generosidad y la humanidad entre los presentes. Descubrimos un quiosco-librería lleno de libros de todo tipo que nos alimentan el alma. Pero lo que decía, en este lugar no se está del todo mal. Claro que uno se acostumbra todo. A veces me pongo algo blandengue y echo de manos la vida que llevaba. Pero los besos y las caricias de Lucía me consuelan divinamente.

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