El vecino de enfrente

Pascual Gervat

Hola, ¿qué tal? ¿Cómo está, vecino?, me aventuré a preguntarle al hombre que apareció en la ventana frente a mi balcón. Con pinta de no haberse duchado en dos días, me saludaba con el brazo a la vez que yo lo saludaba con el mío. ¿No me oye?, le pregunté, moviendo el índice de lado a lado y apoyándome en la barandilla. Ah, que no grite, dije, encogiéndome de hombros, al ver que me hacía un gesto con la mano. Su mujer o sus hijos deben estar durmiendo la siesta, pensé. Al menos compartamos un piti, le dije, susurrando, que son las cuatro y a esta hora el sol da de lleno de este lado. Pensé lo simpático que era, porque sacó un cigarrillo y se lo fumó conmigo.


 


Antes de ayer salí a su encuentro a la misma hora, pero no le vi. Ayer, por la mañana y por la tarde, y tampoco. Hoy he salido a buscar la coincidencia cada media hora y ni rastro de mi vecino. ¿Qué será de él y su familia? ¿Seguirán durmiendo? Espero que no se hayan contagiado. ¿Estarán bien? Les podría dejar un tupper en el portal. He cocinado un montón de sopa de pollo. Buenísima para combatir estos días nublados…


 


Mientras pensaba todo eso en el balcón, me cayó un goterón en la frente que fue como un golpe de realidad. Miré hacia enfrente y entonces me di cuenta. Mi vecino simpático y desaparecido no había sido más que mi imagen, reflejada por el sol en la ventana sucia del geriátrico abandonado que tengo delante de casa. Vaya, el encierro y sus ironías, pensé.

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