Desde mi castillo

Carleskramer

Llueve. Llueve mucho. Nunca había tenido miedo de los truenos hasta hoy. Llueve desde que este maldito dragón ha salido de su cueva para atemorizarnos a todos. Llueve desde que nuestro castillo es nuestro refugio y no podemos salir de él. 


El último día que salí a trabajar fui en bus. Las calles estaban llenas de gente, ignorantes de su rugido, el rugido de un monstruo que nos ha atrapado a todos. Un rugido silencioso, frío, que ha callado el alboroto de los niños en el parque, ha callado las aulas, ha callado los teatros, la música, la fiesta… porque llueve. Un rugido que ha surcado los mares para llegar a todos los continentes sin distinción de colores, clases o galones. Ha llegado a todos los castillos, donde habitan los caballeros más poderosos. Reyes que, ignorantes por su poder y su riqueza, se ciegan a tenerle miedo a la tormenta. Un rugido que anuncia la llegada de un dragón que está devastando ancianos, poblados, ciudades enteras… Y llueve. Un dragón que no entiende de caballeros, princesas ni bufones, que ruge y mata con su fuego. 


Hoy cojo el bus otra vez. Vuelvo a casa, y llueve. Llevo un mes en el castillo con mi reina y mis príncipes. Llevo un mes aplaudiendo a caballeros sin espada, que ayudan a curar las heridas que deja el fuego de ese monstruo; un mes en mi castillo, escuchando cantar a bufones sin corte, a quienes el dragón ha silenciado su trabajo, pero no su voz; un mes en mi castillo aprendiendo de magos que inventan nuevas varitas para enseñar a los niños sin perder el tren. ¿Qué tren? Si total, sigue lloviendo. Un mes sin volver a la rutina, que no sé si ésa era antes el dragón, o es ahora el caballero.


Mientras, en el bus, vuelvo a casa, a mi refugio. Por la ventanilla mi mirada se funde en la calle vacía, meditando que a esta historia le falta un caballero, le falta un “Sant Jordi” que devuelva la luz a los paisajes, que vacune a las gentes de ese dragón. 


Pero recordando este tiempo encerrado, pienso: ¿quién es ese caballero? Son las gentes del pueblo; ésas que arriesgan su vida para salvar la de sus vecinos; ésas que cantan a la vida para poner al cielo lluvioso notas musicales con luz; ésas que han estado años al servicio de quien reinaba y que ahora les ha hecho perder el empleo. Autónomos sin autonomía, cirujanos sin bisturí, maestros sin pizarra, actores sin telón, chóferes sin volante… En este día del libro tú eres mi “Sant Jordi”. Tú eres quien, desde tu castillo, has luchado contra el dragón, contra su silencio, contra su fuego. Lo has vencido sin espada, y has hecho que por fin, salga el sol.

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