La abuela de Helena

Erophilia

“Envuélvete en mi cariño, deja la vida volar, tu boca junto a mi boca, paloma palomitaii. Envuélvete en mi cariño, deja la vida volar, tu boca junto a mi boca, paloma palomitaii. ¡Ay palomai, ay palomai”


Esta canción en mi mente, y con ella, la añoranza por aquellas tierras del sur que tanto extraño. Una fría tarde de marzo. Mi segundo día en Barcelona. Muchas cosas en qué pensar. De pronto, la melodía se detuvo y todo comenzó a dar vueltas.



La iba tarareando mientras bajaba las escaleras de la estación de metro. Sin entender cómo, perdí el equilibrio y empecé a rodar. Me quedé acostada y la gente se amontonó a mi alrededor. "¿Estás bien?, ¿Te puedes levantar?" Permanecí tendida varios minutos, sin responder, hasta que me ayudaron a ponerme en pie de nuevo. Me había golpeado la cabeza, pero no sentía dolor. Me senté y algunas personas se quedaron conmigo hasta asegurarse que estaba bien. Poco a poco se iban marchando y solamente me quedé con una joven.


¿A dónde vas? - me interrogó.


- Iba al parque de la Ciutadella- le dije.


Me regaló una botella de agua y se sentó a mi lado. Me preguntó si podía revisar mi cabeza para verificar cómo estaba.


-Tienes una pequeña herida abierta y está sangrando. Creo que debes ir a urgencias.


Me lo tomé con calma, y señalé:


-Está bien, ¿cuál es el hospital más cercano?


Ella me miró intrigada.


-El Hospital Clínic está a 10 minutos en metro.


Le agradecí la información y su ayuda, y un poco mareada, me adentré en la estación. Mientras esperaba, por detrás una suave mano me tomó del codo. Era ella.


-Prefiero acompañarte, si te desangras, al menos quiero estar ahí para verlo-, me dijo, y nos reímos juntas.


En el camino y durante la espera en urgencias, conversamos de todo. Me contó que se llama Helena, y viene de una comuna en Chile que se llama San Ignacio


- ¡Oh, palomitai, naciste en San Ignacio como Víctor Jara!- le dije.


-Sí, el cantante favorito de mi abuela -me respondió, y nos miramos con ternura-. Llegó a Barcelona hace cinco años, a probar suerte, y nunca más se fue. Es psicóloga y trabaja cuidando a una persona mayor.


Desde que nos subimos al metro, hasta que salí del hospital, pasaron como seis horas. Había mucho caos ahí dentro. La llegada de un virus de comportamiento impredecible estaba colocando en tensión al personal sanitario, que no paraba de repartir mascarillas. Helena esperó hasta que me curaran la herida y tomamos juntas el autobus de regreso. Intercambiamos nuestros contactos y le prometí agradecerle de alguna forma su generosidad conmigo.


–Si no me hubieras acompañado, no sé qué hubiera sido de mí, no conozco a nadie aquí.


-No estás en deuda conmigo, Palomai, conocerte fue suficiente.


Y se bajó del autobús. Esa fue la última vez que la vi.



A los pocos días, comenzó el largo periodo de confinamiento por el COVID-19. Empecé a hablar con Helena frecuentemente. Luego de un tiempo, me dejó de responder, de forma inesperada. Cuando por fin me llamó, su voz sonaba entrecortada:


-Mi abuela falleció en Chile. Se contagió del virus y murió sola en la residencia de personas mayores donde vivía.


Lloramos juntas.


Quería abrazarla tanto. Devolverle con mi consuelo un poco del tiempo que ella amorosamente me había brindado. Solo alcancé a decirle:


-Imagina que tu abuela y Víctor están juntos, y como él le diría a su palomitai: “El sol volverá, volverá. La noche se irá, se irá…”. Cuando nos volvamos a ver y podamos abrazarnos, tu abuela estará en cada día de verano con el sol de vuelta.

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