INDÓMITA TECNOLOGIA DOMÉSTICA

Rafel d'Abadal

Era una de las primeras jornadas de desconfinamiento. Se acabaron las pesadas vídeoconferencias, y ella volvió físicamente a la oficina. Viajó en metro con todas las prevenciones y, para evitar demasiados desplazamientos, prefirió pasar una larga jornada intensiva en la oficina. Dijo que ya le avisaría antes de regresar, puesto que pasar por el incómodo tren de lavado y cambio total de vestuario, nada más llegar y poner los pies sin zapatos en casa, era de obligado cumplimiento.


Aquellos días ella tenía su inquietud, más que por la parte sanitaria, era por el regreso de las competiciones deportivas y toda su parafernalia, las cuales daban un renovado uso a algunos sofás de la ciudad.


Él pasaba la aspiradora cuando sonó apagado el móvil oculto bajo algún cojín. Poco después se unió con más empeño el teléfono. El hombre, en lugar de pulsar el interruptor de apagado, se agachó para desenchufar el ruidoso aparato y así acabar por fin la engorrosa tarea. Mientras el monstruo rugía entre sus manos, el timbrazo del teléfono fijo seguía su cadencia obstinada. Pese a sus incómodos esfuerzos no consiguió liberar el cable del muro donde se sujetaba. El enchufe se agarraba como el bebé que no quiere dejarse ir de los brazos maternales. En incómoda posición, se trabó con la manga flexible de la aspiradora, la cual se revolvió traidora hacia su cara. El teléfono alarmado seguía el repiqueteo obstinado, mientras la mano libre tiraba inútilmente del cable que succionaba la energía que permitía alimentarse al monstruo de la limpieza.


Unos capilares iniciaron una circulación ondulante por delante de su vista que, progresivamente, se iba nublando. Las fauces de la fiera, dando latigazos, fueron engullendo toda la cabellera del hombre ofuscado. Cuando regresó la luz, los últimos cabellos postizos desaparecían por el largo, oscuro y anillado cuello del aparato aspirador. La rala cabeza brillaba por las ausencias y por el sudor. Estirada en el suelo, la aspiradora parecía dispuesta a regurgitar o a entrar en colapso.


El teléfono impertérrito seguía repitiendo la llamada entrante. Los cables de los aparatos ensortijados sujetaban el brazo del hombre poco avezado a las, para él, fastidiosas tareas domésticas.


Al otro extremo de la ciudad una mujer renegaba bajo la mascarilla con el móvil hundido contra un mechón de cabello y la oreja. ─M…, ni caso con el p… fútbol. Cuando llegue, se le va a caer el peluquín.


 

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