La joven guerrera

Gafitas Redonditas

Cada día Masandi entrenaba sus ya increíbles dotes. No solo en combate físico, algo que era muy necesario en el peligroso reino de Pranken en el que ella vivía, también dedicaba parte de la jornada vespertina a ampliar sus conocimientos sobre el mundo, en saber más sobre las lejanas tierras que en breve debería visitar, también se esforzaba en comprender las matemáticas y otras ciencias que ella pensaba que podrían serle de ayuda en el futuro.


Su fama crecía y crecía, ya que de forma desinteresada ponía sus conocimientos al servicio de todo aquel que pudiera precisarlo, dentro o fuera del palacio. Sus dones eran tales que con el paso del tiempo llegaron hasta los oídos de sus monarcas, dos amables ancianos que veían el final de su vida y deseaban que alguien tomara el mando de su reino ya que no habían tenido descendencia alguna.


A su presencia la hicieron llamar.


- Joven soldado, somos ya muy mayores, no hemos tenido la bendición de la descendencia y tememos por el futuro de nuestros súbditos. – la voz de la reina Dande era débil, pero todavía era poderosa. A su lado, con paciencia y gran amor, su marido, el rey Gortede, la miraba y se sentía orgulloso de la mujer que era.


- Mi señora, mi señor. Sé que no habéis tenido hijos, pero tenéis un sobrino que será vuestro heredero, así que el reino está a salvo. – comentó con sinceridad, creyendo en sus palabras.


El rey rompió su silencio para estallar en carcajadas, con alguna tos entrecortada..


-¡Nuestro sobrino! Nuestro sobrino Troskin solo tiene interés en este palacio por sus tapices, lo bien surtida que está nuestra mesa y el tesoro que aguarda en tras estos muros. No ha querido formarse a pesar de haber contado con los mejores maestros, y si alguna vez se pone nuestra corona será solo para cumplir sus deseos. – en su tono había ira y decepción, realmente siempre había esperado más del muchacho.


La joven soldado estaba completamente perdida, no entendía nada y pidió hablar con total sinceridad. Le concedieron la palabra, y según terminó de hacer su pregunta, encontró su respuesta.


- Tú, Samandi, tú heredarás nuestro reino. - Vio que la muchacha se agitaba y le pidió calma – Sé que es inusual, sé que tienes miedo, pero también sé que harás lo mejor para todos, que ayudarás a los que lo necesiten y que jamás dejarás de estudiar para ser cada vez más sabia. Lo sé, ya que es algo que ya haces. Nuestro reino quedará en tus manos, ahora vete, tendrás mucho por hacer.–


Pasado un tiempo los dos ancianos fallecieron, el mismo día y a la misma hora. Daban su paseo matinal por el jardín de palacio, se sentaron al sol en un banco de piedra y con las manos cogidas durmieron para no volver a despertar.


Y si bien fue un momento triste, la alegría pronto ocupó el lugar que le correspondía al aparecer la inexperta regente. Pronunció un discurso que en realidad eran sus más sinceras palabras, una carta de amor hacia quienes la habían dejado todo y hacia aquellos a los que ahora debía servir.


- Mamá...- dijo la pequeña Bea en el vagón del metro -, ¿entonces la nueva reina es una niña como yo? - sus grandes ojos se clavaban en ella, quería saber más.


- Sí, era buena, como tú, y amable, igual que tú – sonrió –, pero también hacía sus deberes y leía sus lecciones. -


Llegaron a su parada de metro y allí se frente al colegio con un beso poderoso. Ese día fue buena y amable como siempre, pero también hizo sus deberes y leyó sus lecciones.


Y con el paso del tiempo se convirtió en la reina de su propio reino.


 

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