Imaginaciones desde una ventana de bus.

Pèsol Pèsol

Desde la ventana del bus imagino. Imagino a una abuela. 


La abuela vive en una masía. La masía es exactamente todo aquello que cualquiera imagina cuando se le dice “masía”: tiene un tejado a dos aguas, con tejas de arcilla, la fachada pintada de color blanco, ventanas de escaso tamaño, puerta de dintel, muros gruesos que previenen el calor en verano y el frío en invierno. Está estructurada en forma de “C”, mirando al sur, con un patio con un pozo en desuso. 


Las alas laterales y el segundo y tercer piso hace muchos años que no ven a nadie. La abuela ocupa sólo la primera planta del ala central. Se le queda grande la casa. También se le queda un poco grande el terreno que se encuentra detrás de ella: es sólo un poco mayor de lo que una persona por sí sola puede labrar. Pero así lo hace: cada año siembra y luego cosecha. A veces con ayuda de otros.


Apaga un cigarrillo ante la puerta, siempre abierta. Saluda al muchacho que pasa en bici por delante de ella:


- Bon dia -dice ella, con un marcado acento castellano.


-Buenos días -le responde el chico.


Vive en la siguiente masía del camino, a medio kilómetro. Ella sale a pasear. Da la vuelta por el camino e internándose en su terreno. Ha salido el sol. Aunque siempre es capaz de ignorarlo, nota el abrumador sonido de los coches.


Y es que su casa está situada en las cercanías del Prat, a su vez en las cercanías de Barcelona. Lo que tal situación supone es que inmediatamente al lado de la masía, y del camino sin asfaltar, se alza la enorme autovía de Castelldefels. Se alza en un sentido literal: ante ella se encuentra un gran puente, de colosal altura. Pasar por debajo de él le permite ir andando hasta el pueblo, y la estación de tren, aunque raramente lo haga.


También se une a la coyuntura de métodos de transporte de cercanías el tren. Éste circunvala su terreno meticulosamente, para luego adentrarse en el mismo puente que ella debe cruzar. Así que su ecosistema rural se ve delimitado por el paso de los trenes y de los coches. 


En ese preciso instante aparece el tren. Es de color naranja, y ella se lo queda mirando. Luego sigue con su paseo.


Eventualmente encuentra, justo en los confines de su plantación, algo un tanto inusual. Es un objeto metálico, diminuto, que la ciega durante unos segundos al reflejar el sol. Ella se acerca, y ve que está clavado en la tierra. Lo desentierra. Es una llave. Lo inusual pasa a ser extraño: ¿Cómo puede haber acabado allí? Nadie transita por esas zonas suburbanas.


La examina mientras sigue con su camino, esta vez ya de vuelta a su casa. La mantiene en sus arrugadas manos. 


Llega a la puerta y se mete la llave en un bolsillo de sus pantalones. Se sienta en su silla, de paja, y se prepara un bol de el cocido que lleva cociéndose desde la mañana. Come.


 

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