Entre tu parada y la mía

lauframbuesa

Entre tu parada y la mía


Cada día se levantaba con las prisas, y vestida con su mejor look, ponía rumbo al tranvía hasta llegar a Francesc Macià. Con sus cascos inalámbricos y su sonrisa puesta no había nadie que no se quedara mirando a aquella muchacha risueña de ojos claros.


Mientras iba atravesando las calles soleadas de la ciudad Condal se planteaba si volvería a coincidir con ese chico con el que se encontraba diariamente en su parada de autobús: era un chico risueño de ojos oscuros de pelo rizado y remolinos y de un dulce perfume de coco.


Al llegar a la parada de Calvet – Diagonal, allí estaba aquel muchacho, impoluto, con su camisa azul claro, su traje gris y su pelo revuelto. Con mucha timidez ella siempre le daba los buenos días y le preguntaba si había pasado ya su autobús, él siempre le sonreía y le contestaba que estaba a punto de pasar, a la vez que la miraba con dulzura.


El autobús llegaba y todos los sitios estaban llenos excepto dos: uno al lado del otro. Ninguno de los protagonistas dudó en sentarse, ya que ambos iban cargados con las bolsas del trabajo.


El autobús iba haciendo su recorrido mientras ellos estaban mirando el móvil distraídos. Llegando a la parada de Villaroel con Sepúlveda, él cogió la bolsa, le deseó que tuviera un buen día y se bajó con prisas del autobús.


Ella estaba encantada por su viaje de hoy y se bajó en la siguiente parada Tamarit con Mercat de Sant Antoni para poder llegar al colegio donde trabajaba. Al bajar en la parada y pedir un café para llevar en la panadería de enfrente se dio cuenta de que su bolsa de trabajo era algo diferente a la suya, comenzó a sacar el contenido de dentro y encontró un dosier de documentos nada entendibles y una agenda personal.


Preocupada por haber perdido la bolsa, inspeccionó aquella agenda mientras esperaba su ansiado autobús en dirección a casa. Dentro había una tarjeta con un número de teléfono y, sin pensárselo dos veces, llamó.


Una voz grave pero segura contestó al teléfono y ella enseguida reconoció quién era: el chico encantador de la parada, quien le explicaba entre risas que, justo con las prisas al bajarse del autobús había cogido la bolsa equivocada, ya que la bolsa era muy parecida a la que ella tenía entre los pies.


La rutina de la ciudad y su confusión le habían proporcionado una oportunidad perfecta para conocer a Toni. Al día siguiente, volvieron a coincidir en la parada e intercambiaron sus bolsas de trabajo con nerviosismo.


Él le dijo que tenía una reunión pero que tenía tiempo para tomar un café, por si le apetecía desayunar con él. Ella, algo tímida, le dijo que sí a aquel desconocido. Tomaron un café caliente y dos cruasanes blanditos cada uno mientras se miraban como si ya se conocieran, con ternura, y sonriéndose el uno al otro.


En medio de una pandemia, con la incertidumbre por destino, las mascarillas dejando escondidas las sonrisas y el corazón en pausa, no eran conscientes de que existía algo que la pandemia no era capaz de arrebatarles: el amor que se cuela sin querer por las calles de la ciudad Condal y sorprende sin quererlo a dos auténticos desconocidos que cogían un autobús con un mismo destino sin saberlo: enamorarse.


 


 

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