El camino

Marletx

Cada día desde la tercera corona Metropolitana me dispongo a iniciar el viaje hacia mi trabajo. Llevo más de una década haciendo el mismo trayecto. He conocido muchas personas que han ido y venido. He vivido historias fugaces en el transporte. Historias de comprensión, de disputa, de cooperación, de incertidumbre, de bondad y de egoísmo. A veces tan sólo he visto fragmentos de historias que ocupan más de un trayecto. Incluso cuando las palabras callan y la distancia se impone, el lenguaje corporal tiene mucho que decir.


Para llegar a Barcelona tengo dos opciones: tren o autocar. Soy del grupo usual, aquellos que realizan largos trayectos a diario. Normalmente prefiero ir lanzada con el bus por autopista, llegando en tan sólo 20 minutos a Meridiana. En otras ocasiones, ya sea por incompatibilidad horaria o por modificaciones en mi trayecto habitual, también utilizo cercanías, que en 30 minutos me transporta al centro de la ciudad, Paseo de Gracia.


Es curioso como en el bus interurbano se vive una sensación de proximidad, de intimidad, quizás sea por el número limitado de viajeros y la limitación de los horarios. Lo cierto es que, día tras día, se repiten los buenos días con las mismas personas y al subirte al bus lo encuentras repleto de caras conocidas.


Una vez he llegado a Barcelona ciudad, bajo hasta las profundidades de la tierra para adentrarme en el interior de un gusano subterráneo que alcanza grandes velocidades, el metro. Llueva, nieve o haga frío, en el subsuelo estoy protegida del capricho de un tiempo impredecible. No hay forma más veloz, ni accesible de desplazarme hasta mi destino, ahorrándome el estrés del tráfico intenso y de encontrar aparcamiento para mi vehículo.


Pero en ocasiones me gusta cambiar de medio de transporte e ir por exterior. El bus urbano te da la opción de ver el bullicio matinal del gran hormiguero que es la ciudad, disfrutar del despuntar del alba y en ocasiones sentir el olor a café recién hecho colándose por la puerta abierta del bus cuando está en una parada.


Es curioso observar cómo cambia la perspectiva y la interpretación del trayecto cuando te sientas en sentido contrario a la dirección de la marcha.


Quizás, en ciertos momentos de la vida, merece la pena cambiar el punto de referencia desde el que observamos el camino, para descubrir la belleza del momento. Así aprovecho para escribir mil y una historias como ésta. 

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