Todos Mis Besos

J.J.Sánchez

Siempre he sido una persona muy ordenada, de las que le gusta tenerlo todo en su sitio. Un hombre metódico. 


Por ese motivo, fue mi esposa Laura la primera en darse cuenta de que algo no estaba donde debía. Lo supo cuando durante el desayuno, solo le di los buenos días entre bostezos. El beso que solíamos mojar en el café de la mañana no llegó a sus labios como esperaba. Hizo una mueca. Se quedó con ese gesto mientras pasaba de largo. Me miró inquisitiva y arrugó la frente. Al girarme distraído vi que me observaba.


—¿Qué? —pregunté, sin entender aquella mirada. Me contempló severa.


—Otra vez la has vuelto a perder —dijo. No supe a qué se refería hasta que caí en la cuenta.


—Joder —exclamé. Salí de la cocina a la carrera y subí por las escaleras hacia el dormitorio. Abrí la puerta y me dirigí hacia el arcón contiguo a nuestra cama. Me arrodillé junto a él y lo abrí. Como esperaba, las cajas de diferentes tamaños de su interior se encontraban bien ordenadas. Todas identificadas con un rótulo que describía su contenido y justo debajo, mi nombre. Cogí con delicadeza la que se titulaba Todos mis sueños. La noté más ligera de lo que recordaba. Todas mis alegrías dio un saltito cuando mis dedos la rozaron sin querer y Todas mis lágrimas respondió con un tintineo de cristal al sentirse levemente golpeada. Seguí revisando mi arcón sin encontrar lo que buscaba. Allí estaba Todos mis recuerdos, que reclamaba cada vez más espacio para sí; Todos mis miedos, deseosa de dejar escapar alguno de ellos al menor descuido; Todas mis culpas, que se escondía avergonzada para que no pudiera encontrarla, mientras que Todos mis éxitos se exhibía con descaro como una estrella del music hall; Todos mis anhelos arrastraba de la mano a Todos mis deseos y juntas correteaban divertidas haciendo enfadar a Todas mis frustraciones, que no soportaba tanto alboroto. En efecto, la había vuelto a perder, una vez más. 


Sonó el timbre. Bajé las escaleras y abrí la puerta. Una joven me saludó sonriente. Vestía uniforme de trabajo: camisa de manga larga a rayas rosas, corbata gris, pantalón a juego y el logotipo de Transportes Metropolitanos de Barcelona bordado sobre el bolsillo izquierdo.


—Creo que esto es suyo —dijo entregándome una cajita color marfil sobre el que destacaba un letrero que rezaba Todos mis besos.


—Un pasajero lo encontró olvidado en uno de los asientos del autobús —comentó—. Lleva su nombre.


Recogí la caja de sus manos y la abrí nervioso. Allí estaban todos, bien colocados y ordenados: los más pequeños y juguetones, esperando para poder estamparse contra la primera mejilla disponible; los que todavía buscaban unos labios que nunca les esperaron; los que robé a hurtadillas sin que nadie se diera cuenta; los de color rojo intenso y palpitante que esperaban para saltar sobre su presa como perros rabiosos, siempre al acecho...


—Sí, son míos —dije, dirigiéndome a la conductora del autobús. En agradecimiento, saqué uno de los pequeños alborotadores y dejé que se estrellara contra su frente. Pareció ruborizarse unos segundos pero enseguida se repuso. Despidiéndose con un gesto amable se alejó y continuó con su vida.


Cerré la puerta tras de mi y volví a subir las escaleras. Abrí el arcón y deposité mi caja recién recuperada junto con el resto. Pensé en Laura y fui en su busca, pero esta vez me aseguré de llevar conmigo uno de los besos especiales que solo reservaba para ella. Uno de color rojo intenso y palpitante, dispuesto para el ataque.


 


 


FIN


 

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