Todas las miradas

Elvira Pichuca

Desde que no dibuja sonrisas, dibuja miradas.


Mi hija se dedica a dibujar, a las ocho de la mañana, 1er.vagón de la línea 2, hacia Pso.de Gracia. Cada día. El año pasado su ánimo decayó. El confinamiento la desestabilizó.


-¿Cuándo volveremos al cole?


-Pronto, cariño –mentía.


-¿Nadie va en metro ya, mamá?


-Sí, mi vida. Hay quien no puede quedarse en casa trabajando.


-Pero, mamá, ¡se contagiarán!


-Ellos se protegerán, irán con mascarilla. No te preocupes, amor.


Llegó septiembre y las clases presenciales. Ir al metro, reencontrarse. Rebuscaba, sentada en el suelo. Entristeció, no eran las mismos. Comenzó a dibujar, sin prestar atención a mi preocupación. Unos grandes ojos azules, preciosos, que no conseguí distinguir. Será alguien que recordará, pensé. Transcurrían los días y Patricia dibujaba la misma mirada, más triste.  Mi obsesión, desquiciaba, a mí y a Patricia, que contestó de un modo tan grosero que la reprendí.


-¡Qué pesada! No es nadie.


No compartía conmigo la identidad.¿De quién era la mirada feliz y los viernes con lágrimas?


                                                                ****Sara, de la mano de su madre, ausente. Las mañanas eran una carrera, asearla, darle el desayuno. Hacía dos meses, ya le parecían años, el médico de su madre le dio la noticia que les cambió la vida. Demencia avanzada, fue el diagnóstico. Las pautas, no dejarla sola. Evitar que la enfermedad avance. Se culpó. Habilitó una habitación para ella. Sara comprobó cómo el resto de viajeros solidarizaba y cedían, cada mañana, el asiento. Manuela viajaba feliz. Cogía fuerte la mano a Sara y observaba. Los sábados y domingos Manuela y Sara no se desplazaban. La veía triste. Bajaban a un jardín, junto a casa, a conversar con vecinas. -¿Por qué estás triste los viernes, mamá? Pasan rápido dos días. Sara estaba convencida que el metro reactivaba en la mente de su madre algo que la emocionaba.


                                                                              *****Mi hija Patricia iba orgullosa con sus dibujos de ojos. Continuaba hermética.


-¿Quién es la persona de la mirada azul, cariño?


-Alguien alegre y triste, según el día.


Al menos, esta respuesta, era una contestación, pensé, mientras salíamos del metro.


Dos días después, divisó un vigilante. Sorteando a la gente, llegó rápido. Patricia preguntaba:


-Hola, ¿podría dar esto a la señora de la mirada azul, por favor?


-Pues claro,¿quién es esta señora de mirada azul?


-Se sientan en el último asiento del vagón.


-Cariño, no puedes molestar a este señor, está trabajando.


-Pero si no estoy molestando, ¿a que no?


-Tranquila, no molesta –dijo, amablemente, el vigilante.


Patricia siguió:


-Van de la mano. Una chica y ella. Con mascarilla negra, pelo blanco, y esta misma mirada.


-Está bien, yo se lo daré. No te preocupes.


-Gracias. Se lo daría yo, pero es que ya no las veo tanto.


-Cariño, ya llegamos, vamos.


-Vale guapa, tu dibujo llegará a las manos de su dueña.


Patricia, satisfecha, cogió mi mano y saltarina llegó a la escuela.


                                                      *****Manuela miraba fijamente aquellos ojos. Sara, agradeciendo al vigilante el mensaje transmitido, observó a su madre. No sabían quién era la niña. Habían variado el horario. Manuela, recuperó la sonrisa.


                                                     *****Dos desconocidas, en un mismo viaje. Conectando. La vida que sobra por la vida que falta, pensó el vigilante. Historias concentradas en un solo trayecto. FIN.

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