La dulce Ínsula

A.J.Alan

Bajaba por las escaleras del metro. Llegué al andén donde se agolpaban todos aquellos soldados que se colocaban de manera arbitraria a lo ancho y largo del vestíbulo de la estación. Me detuve al verlos organizarse en una coreografía al sonido de una melodía en los altavoces de la estación. Comenzaron un baile organizado donde todos participaban de los mismos movimientos mecánicos sincronizados sin ni siquiera mirarse. Harto de la coreografía, avancé entre ellos mientras me miraban ofendidos al pasar por su lado. Cada vez se movían de forma más violenta y su enfado parecía incrementar. Tanto era el ajetreo que casi no pude entrar en el vagón de metro que se cerró tras de mí cuando salté por encima de uno de ellos. Entré de un brinco y me sujeté al vuelo de una de las barras que atravesaban el vehículo. El furgón era enorme. Los asientos estaban separados por varios metros de manera que los pasajeros estaban distantes entre ellos. Mientras me recuperaba del esfuerzo realizado me puse a observar a los diferentes compañeros de viaje que junto a mí se aferraban a sus espacios o asientos. Tras observar cada rincón de mi alrededor me detuve en una pareja de chicas que estaban junto a un caballero alto de uniforme. De entre ambas, destacaba una hermosa muchacha de ojos claros y un precioso pelo entre rubio y cobrizo con unos enormes rizos que caracoleaban por su pálida cara. La hermosa muchacha le observaba mientras éste emitía una serie de insonoros comentarios que carecían de toda interpretación. Para ella, en cambio, parecían música de arpas que trataba de seguir con los ojos clavados en él. Tras un continuo ir y venir de sus ojos tras las manos, que él utilizaba para acompañar su concierto, ella trató de acariciarle una de ellas. En ese momento el soldado se transformó en un cuellitorcido. Su cuello creció unos centímetros más de largo y se quedó curvado hacia un lado, mientras su cuerpo se ladeaba de costado dándole prácticamente la espalda pero con su encorvada cabeza mirándola lateralmente. Su compañera, al ver su cambio, también mutó el gesto y se quedó seria y preocupada. Y entonces ocurrió algo sorprendente. La chica de repente se encogió hacia abajo como si le hubieran desconectado la batería. Cuando eso sucedió, una versión degradada de ella se deslizó de su cuerpo como si se desdoblara en una imagen difusa y se escapara de su cuerpo en dirección al techo. La amiga, al ver el proceso, se puso a gritar lo que parecía ser su nombre: ¡Ínsula...Ínsula McFarlane, Ínsula McFarlane! En ese instante, la imagen desvanecida que se estaba alejando de ella, retornó de repente; haciendo que volviera en sí. Tras esta escena, que me dejó sorprendido, ella se retiró unos pasos hacía atrás, alejándose del cuellitorcido. A parte de para su amiga y para mí mismo, esta maniobra pareció pasar desapercibida para todos los que se encontraban en el furgón. Tras un silencio inacabable sonó la campana. En ese instante el metro se detuvo y el cuellitorcido salió de él, abandonando allí a las dos chicas. Conmocionado por lo que había pasado, no pude reprimir una carcajada de asombro y sorpresa. Mi gesto pareció ofender a la muchacha, que me miró y rauda se presentó ante mí plantando su pálida cara frente a la mía mientras empezaba a entonar un rojo intenso de ira. Estuvo emitiendo alaridos que fui incapaz de interpretar, ya que estaba embelesado con sus enormes ojos azules rodeados por unas diminutas pecas rosadas que envolvían sus mejillas.

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