¿Qué parada toca ?

Emma Freixes

Después de una de las pandemias en los tiempos modernos, donde a pesar de la tecnología hay que usar mascarilla y por años,  la humanidad recordará esta época  siempre con horror por las vidas que se perdieron, con ansiedad y depresión por el confinamiento, con miedo a enfermarse y a volver a tener contacto con el resto del mundo. Y obviamente habrá los que lo recordarán como el mejor negocio de la historia en cuanto a dinero por las súper ventas hechas de mascarillas y gel. Ah, y por supuesto desinfectante.


En este marco, hay que ir en metro o en autobús y a horas punta, ya que el teletrabajo se acabó y para entrar a las ciudades, es cada vez más difícil encontrar donde aparcar en la calle y los parkings representan medio sueldo. Pues mira, en aquellos días el ambiente no es que fuera tenso, pero sí había una especie de ansiedad flotante. Desde gente que, al sentarte a su lado en un asiento de 3 o de 4, se levantaba porque no quería a nadie cerca,  hasta otros que aún iban con guantes, porque no querían tocar superficies, a tal grado que se quedaban esperando que alguien más abriera la puerta del vagón ante el riesgo de perder la parada.


Pues en medio de todo este lío, con caras largas, destacó la abrumadora sustitución, cada vez más, de los libros por móviles.


Un día sucedió algo inusual, que  sacó a todo el mundo de su letargo. Los avisos en el metro no siempre son exactos, pero es que esta vez empezó en la tercera parada de la línea roja en la que íbamos y luego fue saltando sin control de una parada a otra. La gente pareció despertar a un mundo diferente. Empezaron a reírse:  si ese sonido ya  parecía  extraño y hasta ridículo, considerando la situación actual, ya que mucha gente había dejado de oírlo  por tanto tiempo, descubrían que aún existía. 


Dejaron los teléfonos y empezaron a comentar, y para mayor sorpresa se  hablaron unos a otros, sin importar la diferencia de edades.


Se llegó al punto que incluso en uno de los vagones se hizo un juego de quién adivinaba la siguiente parada. La gente se fue uniendo  incluso con los que se subían en alguna parada y eran capaces de asombrarse con la magia de lo que sucedía. Comenzaban tímidos, pero al final se unían. Incluso uno de los cantantes urbanos del metro decidió aprovechar la oportunidad y utilizó su micrófono como moderador,animando a votaciones por una u otra parada, sin importar de qué línea era. 


Hubo gente que tenía que bajarse y no quería, y lo supe porque lo exteriorizaban. Madres con niños que se lo pasaron tan bien que se plantearon repetir para el día siguiente.


Y por alguna razón, esa línea no lograba arreglar la megafonía y después de 10 paradas se supo que era un experimento social, porque era imposible que siguieran con este descontrol, y  el punto de mayor esplendor fue  cuando de una línea se pasaban a las paradas de otra.


Me bajé del metro con sensación de pérdida, porque incluso yo, que más bien soy introvertida, participé a todo pulmón en las apuestas de paradas. El cantante creo que nunca había recogido tanta propinas y la gente iba feliz y sonriendo. Se saludaba. Es de las mejores sensaciones que he vivido.


 

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