Reflexión en un vagón

Maryam

Ella estaba ahí, sentada en el andén de la estación de la línea 5. Sus ojos verdes enormes sólo hacían que contemplar a las personas que caminaban por el andén de la parada de Verdaguer. Almas sin rumbo, viandantes ajetreados, personas que caminaban lentas y otras erguidas... Algunos enfrascados en sus pensamientos y en sus emociones más ensimismadas.


Ella, envuelta en su submundo, decidió salir de él, bajo la contemplación de lo ajeno, mirando lentamente y con detenimiento lo que le rodeaba. Y así, sin más, se detuvo en la sonrisa de una niña de unos tres años, de pelo castaño claro recogido en dos coletas y de ojos verdes.


Mientras subía en el vagón, la imagen de esa niña tan dulce se diluía, a medida que el metro adquiría más velocidad y más velocidad....En ese momento, la mente de Lucía la transportó a su propia infancia, a su dulce infancia, esa infancia donde ella era feliz y su vida tenía un color especial.


Donde en su paleta de colores sólo existían colores pastel y no se hablaba del negro.Donde todo era fácil, las dificultades no existían o si existían duraban segundos,porque era capaz de ver las cosas con otros ojos verdes.No con los que ahora los veía, donde podía sonreír más y disfrutar más de las pequeñas cosas que le pasaban.


Tal vez tenía razón su psicóloga, que enfadada le repetía: "A  veces tienes que buscar a esa Lucía de dos coletas que vive en tu interior y empezar a mimarla, consentirla y cuidarla para poder así ver la vida de color amarillo."


Sintió el pitido del cierre de puertas del vagón y ella salió de sus pensamientos por completo.Por un momento se dio cuenta que se había pasado de parada. Una sonrisa interior la hizo contactar con su YO más despistado, y llegó a decirse a sí misma: "No pasa nada."


Bajó en la siguiente parada de la Línea 5, Plaça de Sants, subió las escaleras y cambió de andén. Ahí, y sin darse cuenta, mientras esperaba que entrara el convoy en la estación, puso la mano en el bolsillo de su abrigo azul y encontró una piedra:  la amatista que le regaló su sobrina de tres años antes de salir de casa. "Tal vez eso signifique algo",  pensaba Lucía, mientras subía al vagón de camino a su casa.


 

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