Un hombrecillo bajito

Aque

¡Qué día tan horrible!


He llegado a casa una hora más tarde que de costumbre, agotado y empapado de la cabeza a los pies.


Justo hoy, después de seis meses de sequía absoluta, tenía que empezar a llover a cántaros.


Reconozco que todo ha sido culpa mía, de mi adicción a los libros de Agatha Christie y de mi facilidad para dormirme en cualquier sitio.


Cada noche al salir del trabajo tengo por delante un largo y relajante trayecto en metro. Después de una jornada de trabajo intenso y antes de llegar a casa donde me esperan mis mellizos de cuatro años, es mi momento, el momento de desconectar del mundo, ¡qué momentazo!, y como voy hasta el final de la línea no tengo que estar pendiente de las estaciones, eso me resulta especialmente relajante, recorro la línea de punta a punta hasta la puerta de mi casa.


Esta noche estaba dormitando tras un día de trabajo especialmente agotador. El traqueteo del metro me había llevado hasta esa placentera zona donde la realidad y el sueño se encuentran y apenas puedes diferenciar a uno del otro, cuando creí ver que un hombrecillo bajito, rollizo, de cabeza de huevo, con un impresionante bigote retorcido y extremadamente atildado pasaba por mi lado musitando algo sobre las pequeñas células grises, o eso me pareció entender. Sin esperar a llegar a mi destino, bajé a toda prisa.


- Sí, sí, le iba replicando yo a mi sentido común, todavía dormido, mientras bajaba precipitadamente del metro y salía a la calle, éste no es el Orient Exprés, pero déjate, déjate...

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