De lunes a viernes

Cion

¡Qué horror, siempre igual, 6:15 suena el despertador, lo alargo un poco más, 6:30 en pie, corre, corre, corre, mil cosas que hacer, más sueño que un gusano de seda, pero espabila niña, que tienes que coger el metro antes de las 7:00, ufff, encima hoy llueve, hace frío y hay huelga ¿para qué más? Cuánta gente en el andén, ¡lo que faltaba! Pero entonces te veo, me fijo en ti, ¡madre míaaa! ¿Quién eres tú? No te quito ojo en todo el trayecto, por una vez agradezco que haya huelga, que estemos más cerca y que el metro vaya lento, pero en un pequeño despiste ya has desaparecido ¡Vaya! En fin, no creo que vuelva a verte.


Pero el destino me ayuda y durante ese largo invierno, sigo encontrándote entre la gente del metro, y cuando coincidimos procuro sentarme a tu lado (hummm, qué bien hueles a café) o enfrente, te miro fijamente –doy fe de que la técnica de mirar fijamente y al final lo sentirás y mirarás, es falsa totalmente-, me pongo música y te canto por dentro, cruzo las piernas, me muevo, toso, intento llamar tu atención, pero soy invisible, miras el móvil y, si no lo haces, miras por la ventana ¿Puede saberse qué miras por la ventana en un metro? ¡Es un túnel! ¡Mírame a mí! Pero sigo sin existir…no obstante, suplico que mañana vuelvas a esa estación porque eres mi ilusión de lunes a viernes, y como entonaba la canción, quisiera la historia de amor que todos los poetas tienen en su interior, pero pasan los días y los meses y todo sigue igual, tengo que atreverme a hablarte, si fuera más guapa, si no pasara de los cuarenta, si fuera una chica de revista, me atrevería a cruzar el vagón y preguntarte quién eres.


Verte se convirtió en lo mejor de mi semana laboral, esa ilusión, ese ¿Qué me pongo hoy? El desasosiego por si te veré hoy, el nerviosismo que comienza apenas salir de casa, mientras camino hacia el metro, porque ya nos empezamos a saludar, a sonreír, a ¿Qué tal hoy? ¿A qué te dedicas? ¿Dónde bajas? ¡Vaya cara de sueño!  Me acostumbré a esos: ¡Hasta mañana! ¡Que pases un buen día!


Aquella mañana, entraste por una puerta del vagón y yo por otra, corriendo, como casi siempre rozando el larguero, ya sabéis, la rutina, corre, corre, corre,  tú te acercabas a mí y yo a ti entre la gente, y al encontrarnos, como si fuera lo más normal, lo habitual,  te cogí la cara y te besé en los labios. Me arrepentí en el momento, no sabía nada de ti, siquiera si eras libre. ¿Qué he hecho? Te pedí perdón mil veces, medio vagón nos miraba y solo quería que me tragara la tierra, como un disco rayado, repetía una y mil veces “lo siento, lo siento”   pero riéndote como casi siempre, me dijiste que hoy te bajabas antes, que si quería más, empezara rápido.


Los compañeros de vagón van siguiendo la historia, algunos incluso me miran y sonríen, ya está llegando el verano,“Me voy fuera unos días” me dijiste (no, no, no te vayas, pienso) “dame tu teléfono y a la vuelta nos vemos fuera de aquí”. Pensé que ese momento nunca llegaría ¡¡ ole, ole, ole, ole!! No es que tenga algo en contra del metro, pero sólo cuatro estaciones diarias se me empezaban a hacer cortas, y entonces voy y le suelto una frase que aún me repites y te mueres de la risa: “Qué sexy eres”. Observo, una vez más, que la cabeza no me funciona bien cuando estás delante.


Y un domingo de julio, la llamada llegó, aún recuerdo tu risa diciendo: “Hola, soy el del metro, ¿Qué tal ese First Date?”


Anoche, después de más de un año, te expliqué que iba a escribir esta historia real.


 


 


 


 


 


 


 


 


 

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