Una noche como cualquier otra

Joan Fante

Sabina toca la guitarra delante de mí, bero cuando va a cantad de su boca salen unosh r…ronquidos esbantosos, mis propios ronquidos, claro, que me despiedtan de sopetón. Sobresaltado, miro a un lado y a otdo. Creo que nadie me ha vishto. Ah, qué mal sabor de boca. ¿Pedo c…cómo he llegado hashta aquí? Joaquín Sabina, ja, ja, ja, tocando para mí. Ja, ja. Tengo que contádselo mañana a Emma. ¿Qué fue lo que dijo antesh en el bar? No me acuedo. Esha sí es una moza como Dios manda. Si yo tuvieda veinte años menos… Oh… María me va a m…atar. Todo me da vueltash. El traq…queteo del metro me da náuseas. ¡Qué calor! Ojalá budiera quitadme el abrigo…, me va a dar algo. ¿D…dónde estoy? El vagón se detiene y, al otdo lado del cristal, leo Rocafort antes de caer dodmido.


 


Lo vi todo con mis propios ojos. Volvía a casa pensando en mis cosas cuando sucedió. Lo primero que pensé fue que a aquel hombre le pasaba algo. No parecía un mendigo ni un loco, a pesar de su melena blanca y despeinada. Alternaba ronquidos y murmullos ahogados. Se agitaba en el asiento, no sé si intentando quitarse la chaqueta o luchando por no caerse al suelo. Me pregunté si debía ayudarle, pero no hice nada. Ya sé que hice mal, pero no me gusta tratar con desconocidos, y pensé que quizás no quería que le molestasen, que si le despertaba me golpearía. Luego me dije que llegaría a su casa de algún modo y todo acabaría bien. No era para tanto, la gente se emborracha todos los días. No ocurriría nada. Entonces entraron dos chicos y, cuando se detuvieron, sonrientes, y miraron al anciano, supe que me había equivocado.


 


Oh, María. Otda vez he vuelto a bebed. Tienes razón. Soy un… mal bicho. ¿Pero qué quiedes que haga? Te he fallado. Bueno, bues lo s…siento. ¿Qué bensaría David?, me preguntarásh. Ah, tú… shiempre igual. Brec…brecishamente por eso, te lo he dicho mil veces, ¡bodque David ya no está!, no p…puedo seguir como si nada… como haces tú. Y no sé si es que no te impodta o… ¿pero qué? ¡Hip!, ay otra vez. ¿Qué pasa? Eh, ja, ja, ja, me hacesh cosquillas. ¿Dónde esthoy? Ah, el condenado metro. Qué calor; es inhumano. Intento hablar, pero todo me da vueltas. Hay alguien shentado a mi lado que me da más calor. Me tambaleo, y no sé si es bor el alcohol o pod culpa de… ¿María?, oh, no debería beber así a mi edad, pero qué demonios impodta… Oh, David, lo siento tanto. Si hubiera estado más atento, tú… Fue todo culpa mía.


 


¿No ves lo que está pasando? ¿Por qué no haces algo? Eres un cobarde. Como aquella vez que…, pero eso no importa. Lo que importa es que mientras yo me decía todas esas cosas, inquieto en mi asiento, veía cómo aquellos delincuentes intentaban robar al pobre anciano. Él estaba como anestesiado. Un hilo de baba le caía por la boca, lo que divertía a los maleantes. No había nadie más en el vagón. Pensé, con horror, que todo dependía de mí. Mientras uno le revolvía los bolsillos, el otro me miraba con sus ojos negros que parecían llenos de fuego. Cuando miré de reojo al anciano por tercera vez el joven me gritó ¿Qué coño miras? y me mareé del susto. Miré hacia el suelo, acobardado, mientras oía al otro lamentarse al no encontrar nada. Entonces, cuando todo parecía sentenciado, el metro se paró y el anciano volvió en sí. Dio un grito extraño, como salido del fondo de su ser, se puso en pie y empezó a andar como si no se enterase de nada, los dos maleantes helados de asombro o espanto, y, con el rostro descompuesto y sin mirar a nadie, salió por la puerta del vagón.

T'ha agradat? Pots compartir-lo!