Un libro en el vagón

Colibrí

La mirada de esa chica tenía la profundidad del océano. Salía de unos ojos negros, cálidos, que, durante un instante, habían dado luz a los ojos verdes de Marc.
Él había pasado una semana recordando a la noia. La imaginaba como la protagonista del libro que tenía sobre la mesa. Sensible, curiosa, soñadora. Necesitaba volver a verla. Tengo un nudo en la garganta del tamaño de un elefante, pensó.
Estaba sumido en estos pensamientos cuando la vio llegar. Le pareció hermosa. Notó el aleteo de una mariposa en su estómago. Buscó sus ojos, con la esperanza de que se cruzaran con su mirada. No hubo suerte. Ella fue hacia una mesa en la esquina del local. La miró con discreción y se alegró al comprobar que estaba sentada de modo que él la veía de frente. Sintió felicidad y, al mismo tiempo, contuvo las ganas de salir corriendo.
Recordó la magia de su primer encuentro.
 
**
Marc bajó corriendo las escaleras y, cuando sonaban los pitidos que anunciaban el cierre de las puertas, entró jadeando en el vagón de metro. Se sentó en un asiento, miró al frente y la vio.
Era menuda, de pelo ondulado, negro, como el plumaje de un vencejo. Él no pudo ver sus rasgos tras la mascarilla, pero algo le atrajo de forma poderosa. Solo ella leía un libro en papel. El resto de los pasajeros miraban a un móvil, a una tablet o al infinito. Marc estaba hipnotizado.
 
Al cabo de un rato, se escuchó el sonido de un teléfono. Ella dejó el libro en el asiento de al lado, sacó el móvil y respondió la llamada. Entonces, levantó la cabeza y miró hacia él. Durante unos segundos eternos, sus miradas se cruzaron. Marc sintió que su cuerpo quedaba clavado en su asiento. Vio la sonrisa que salía de la mascarilla de la chica y se paraba en sus ojos oceánicos. A él se le escapó una tímida sonrisa.  
–Voy en el metro. Llego en unos minutos – dijo, nerviosa.
 
En la siguiente parada, cogió el bolso, se levantó con urgencia y salió del vagón. Marc trató de decir unas palabras y señaló hacia los asientos, pero ella no se dio cuenta. Se levantó y cogió el libro olvidado. Miró la portada y esbozó otra sonrisa: “La chica que leía en el metro”, Christine Féret-Fleury. Dentro encontró una tarjeta de un restaurante. Leyó la dedicatoria manuscrita:
Para Sara
Disfruta de tu camino de vuelta a casa.
Julia - Sant Jordi 2021
**
Entró en el restaurante Govinda y se acercó al camarero de la barra.
-¿Puedo hacerte una pregunta? – dijo Marc.
-Sí, claro.
-¿Sabes si suele venir una chica morena, de pelo rizado y ojos muy oscuros? Se llama Sara. Tengo que devolverle un libro.
El camarero dudó unos instantes.
-¡Ah! Quizás te refieres a la chica guapa que viene los jueves. A veces viene con una rubia – respondió, en tono jovial. - Puedo darle el libro, si quieres.
-No hace falta, gracias. Vendré otro día.
 
**
Marc observaba de reojo la mesa de Sara.
Miró hacia él, con una sonrisa radiante. Creyó que lo reconocía. Se levantó, cogió el libro y caminó hacia ella. Entonces se percató de que se acercaba una chica rubia. Cuando ellas se encontraron, se dieron un abrazo y un largo beso en los labios. Paralizado, las observó unos segundos, volvió a su mesa y llamó a la camarera.
 
-Por favor, cuando me vaya, ¿puedes darle este libro a esa chica morena? – dijo, muy serio.
-Sí, claro.
 
Salió del restaurante cabizbajo. El reflejo del cielo en los charcos le pareció un abismo insondable. Se dirigió a Catalunya, la estación en la que se había enamorado de una noia que leía en el metro. Otro amor imposible para su colección.

T'ha agradat? Pots compartir-lo!