Amor entre viajes

Laura García Montero

La vi, la vi cruzar la estación de autobuses.


Me llamo Pablo, tengo 26 años y trabajo en la estación de autobuses de Barcelona, donde me ocupo de revisar los billetes en los trenes hacia ciudades próximas.


Era lunes, estaba el cielo despejado. Rondaban las siete de la mañana y el silencio invadió la estación. Comienza mi jornada.


El primer trayecto de todos mis días laborales es un tren hacia Tarragona, donde nunca suele haber nada destacable en el camino hasta que la vi.


Pasé un lado de la estación a otro, y al llegar al final, como si de una película se tratase la vi a ella.


Una chica de pelo negro, ojos verdes y un pintalabios rojo que llamaba la atención desde kilómetros.


Me miró, y durante unos instantes de silencio desconecté de la realidad. Sólo la imaginaba a ella conmigo, y lo bien que se nos vería juntos caminando por un simple parque. Ella me sonrió, me puso el ticket en la cara y desperté de ese microsueño que tuve despierto en el que me hallaba, y con mis disculpas me alejé lentamente hacia el fondo del bus.


Cuatro semanas más tarde, allí seguía, cada día en el tren el mismo asiento, a la misma hora, con el mismo olor y la misma sonrisa.


 


Cada vez que la miraba se me paraba el corazón, y por una intuición tonta que me abrumaba cada noche, decidí sentarme un día con ella y comenzar una conversación.


Pobre de mí, no sabía ni dónde meterme de lo nervioso que me sentía, pero al final acabé agradeciendo el hecho de haberme atrevido.


Unos días más tarde me fue contando que ella era del Sur, pero que le llamaba mucho la atención Cataluña, así que se mudó con su hermana, donde crearon una protectora de animales, los cuales suelen recoger cada cierto tiempo en Tarragona. Pero, aunque no hubiese perros que recoger, ella me confesó que muchas veces simplemente se montaba en el autobús para que yo, con mi maravillosa sonrisa –según ella- le diese los buenos días.


Desde ese día no he parado de estar enamorado de ella, y cada día incrementa más y más el sentimiento, es increíble.


Un año después seguimos quedando en este autobús, la sigo queriendo, en el mismo asiento, a la misma hora, con el mismo olor y la misma sonrisa que, cuando se pueda, lograré besar.


 


 


 

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