Un amor imposible

Aletea

Cada día subo y bajo a Montjüic. Me gusta observar los coloridos rostros, escuchar lenguas extrañas, asombrarme con los niños balanceándose en las barras del vagón, el olor a crema solar y perfume floral, y atisbar los brillos de tantas pequeñas pantallas... Varios pitidos avisan de la salida del tren y, en cuanto trotamos de la estación, mi mirada busca inquieta el punto de claridad que se vislumbra al final del túnel, para maravillarme con la mágica luz de la montaña que llega a mi encuentro, tan distinta de la ciudad. Cierro los ojos, inspiro, expiro...


 


Y tú estás allí. Siempre estás allí. Cada día nos cruzamos, nos miramos, nos reconocemos, y pasamos de largo, cada uno a su destino. Hay días que hasta me parece vislumbrar una incipiente sonrisa como tímido y fugaz saludo. O quizás mi deseo lo imagina. 


 


También sé que esta es una historia de amor imposible. Esta no es una historia de amor de final feliz, de beso y amor eterno.


 


Nos cruzamos, tan próximos... sólo durante unos segundos. Yo subo y tú bajas. Sin poder tocarnos. Tú subes y yo bajo. Sin poder abrazarnos. Tú, escuchando lenguas extrañas y observando coloridos rostros en tu interior, bajo esa cálida luz de Montjüic.


Pero merece la pena….porque cuando veo cómo te acercas en la oscuridad del túnel, tan sólo dos puntos luminosos, mi alma resplandece para sumirse de nuevo en la oscuridad, otros 9 minutos más. 


 

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