Anatomía del descuido

Payaso Pensador

Alguien me dijo una vez que lo sucedido sucedía después de lo previsto. El bullicio universitario no aparece en “Zona universitaria”, allí yo empiezo cada día mi trayecto, sino después. El metro frena, sube el auténtico bullicio, y acelera. El panorama  “horror vacui” que observo desde mi ganado sitio  es una pintura acostumbrada a mis ojos. Es bienvenido  el olor a perfume barato que se puede permitir la clase estudiantil de la universidad pública y compatriotas de transporte también público. La música de sus voces aleccionan mi ser de economía, arte y matemáticas. Frena el metro, baja alguna persona, suben otras, y acelera. El viaje es una parte intrínseca del hombre, y cuando este cambia, todo cambia. Hoy no bajaré como siempre en “Sants”, hoy me espera “Fontana”. Frena y acelera. El vaivén meloso  que mece al acostumbrado cosmopolita, adormece a cualquier guardián del habla. Mis párpados se relajan un momento en medio de esa fantasía diaria llamada lo cotidiano. En el momento menos esperado frena y acelera,  sin darme cuenta la temperatura ha bajado, “Sants” se aleja y  la fantasía desaparece, ante mí la pesadilla de la incertidumbre, sólo me queda “Fontana”. Ya no tengo la compañía juvenil de los estudiantes, toda está más vacío, más frío. Sabía que en “Sants” desaparecería la juventud,  yo marcho con ella cada día, pero no sabía de nuestra estela desgraciada. Frena y acelera. Desde mi sitio busco compañía, entended que no es charla o mirada lo que un viajante busca,  con presencia basta. Pero todo parece tan ausente, miro para ver ojos esclavos de una pantalla y  orejas sometidas por auriculares. Somos planetas orbitando en un sol que es la suficiencia, qué digo planetas, galaxias. Soy aquel que riega plantas dormidas. Frena y acelera. Creo poder afirmar que no estoy preparado para tal cosa como la soledad, no se hizo la miel para la boca del filósofo. La campaña de la presencia está absolutamente perdida, ni un parpadeo o titubeo mellan la independencia de esos seres que habitan. A la deriva del silencio me pregunto dónde está “Fontana” y por qué tarda tanto en aparecer. Frena y acelera. Empiezo a teorizar cómo hemos llegado hasta ese punto, ¿por qué no podemos sencillamente ser o estar? ¿En qué momento nos maldijeron con el entretenimiento?. Que alguien se aburra, que alguien observe su entorno, que alguien reviva, y “fontana” que parece que no llega. ¡Ay “Fontana” , si supieras qué me estás haciendo! Maldita seas tú y  tu prólogo mortal. Frena y acelera. Un calor interrumpe mi lastimosa conversación con “Fontana”. Alguien se ha sentado delante de mí. Un segundo, no aparece el móvil, dos segundos, cruza sus piernas, tres, sus ojos se relajan, cuatro, vagan por la inmensidad del vagón, cinco, parpadea, y entonces, tan sencillo como de mis labios impresionistas brota, el tiempo se detiene. Frena y acelera. Me ha mirado. Sus ojos me preguntan dónde nacen los sicomoros. Nuestro encuentro visual se independiza de la existencia. Tiempo, soledad, velocidad o hasta “Fontana” no existen. La vida es una lucha de balances, las dosis justas de felicidad, soy libra. Dibujo “Belleza” bajo esa mascarilla quirúrgica entendiendo que Venus existe. Pero una parte de mi duda, ¿no será lo bello el reflejo del vacío? Poseído por la duda, desvío un milímetro mi mirada. No es un instante catártico o autoritario, es la desviación justa para ver a “Fontana” huyendo sin espera, al compás de un corazón que frena y acelera.


 


 

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