Metrónomo urbano

S.Martos

Entre tanto sobresalto de estímulos y esa larga e inacabable infinidad de pequeños quehaceres, me recuerdan que, ni la más inquebrantable jerarquía de las prioridades, logra sostener las ventadas del rutinario hábito de la procrastinación. Siendo esto así, ¿no debe ser justo considerar que parte del mérito está en el empezar?, me pregunto, mientras recorro los últimos metros que me separan de la estación. El día amaina de su letargo, algo temprano, pero la cabeza está viva, viaja pensando. 


Quarter past seven, me marcan las agujas mientras voy descendiendo entre los pasadizos que me llevan al vestíbulo, y que poco más allá, acaban bifurcándose según nuestro punto de destino. 


 A pocos metros, algo más abajo, se abre un espacio diáfano, donde nos vamos posicionando en fila a ambos lados del andén, unos frente a otros, separados por el balasto. Miro alrededor, pero pierdo las cuentas, pues resulta difícil cuantificar cuánta vida transita a unos 20 metros bajo la superficie de la metrópoli, y es indudable que este incesante motor, a los pies del subsuelo, es el encargado de distribuirnos entre los recovecos de sus redes. 


 Es ahí abajo. En esa parte invisible donde sucede todo.


 


Todo sumido en una quietud temprana, de gestos somnolientos, reflejado en cada una de nuestras miradas de párpados pegados, pero no apagados, con la vista puesta en el minutero, observando cómo va restándole segundos. Sin necesidad de aviso ni permiso, ese silencio a decibelios sólo necesita un instante para convertirse en el chirriar del convoy al arribar, pellizcando las vías por sus bordes hasta detenerse frente al mosaico que corona de flores de acanto la boca de entrada al túnel.


 


Un intercambio justo , como un relámpago, entre los que salen en tropel y los que entramos en él, bienaventurados, deslizando nuestros pies hacia el interior, mientras dejamos atrás ese silbido, escasos segundos de arenga para los rezagados.


 


El empezar, lo mismo todo comienza aquí, formando parte del pasaje, como un metrónomo que va marcando mis ritmos y, simplemente, cada lectura de mi usual es un inicio o un final. Todo tiene sus tiempos, sus momentos, hago de esto, mi metrónomo urbano, el compás de mi lunes a mi viernes.


 


Voy y vengo, vengo y voy. 

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