Encantamiento

Zuri

Fue un jueves. Aturdida por el asombro que tu voz me encandila cada mañana. Que te identifiqué. De esa boca, que se tragaba una salchicha empapada en salsas en un bar chiquitito a la salida del metro de Horta, es de donde salía la voz que me informa, con su embrujo asombroso y fascinante, de cada parada de metro. Tu voz, que nunca había sabido de qué tierna boca salía. Hipnotizada por su éxtasis fascinante, no pude dirigirme a ti. Corresponder con mi gratitud a la satisfacción que logro diariamente a través del trance que me provoca tu voz, durante el letargo diario en los túneles del metro. Perdí la voluntad. Y me fui sin siquiera saludarte. Porque la catalepsia anestésica de tu susurro negaba la certeza de que tu voz había sido engendrada por obra y gracia de tu garganta corpórea. Que después de eso se zambulló en una cola helada.


 

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