Luisa & Billie

Nina Cobalto

Grab your coat and get your hat. 


Leave your worry on the doorstep. 


Just direct your feet 


To the sunny side of the street.” 


 


El hilo de voz de Billie Holiday atravesaba los auriculares inalámbricos de Luisa, llegando a su corazón, pellizcándolo. ¿Qué magia había en esa canción? 


 


Como cada mañana, baja a toda prisa las escaleras del metro, pulsando “repetir en bucle” mientras corría. Había decidido disfrutar el trayecto (con transbordo incluido) escuchando sólo esa canción. 


 


Una vez dentro consigue acomodarse en un hueco libre, entre una chica otaku, de pelo verde, y un pintor de brocha gorda. Ambos la miran extrañados...  


 


<<Ups, ¿Llevo las zapatillas de casa? ¿Me cuelga un moco? ¿Tengo monos en la cara?>>


 


Tres veces se auto responde “NO”, así que cierra los ojos y se entrega a su canción. <<Qué preciosidad, ¿Cómo puede sonar tan triste y transmitir tanta paz a la vez?>> 


Va contando las paradas del metro “a oscuras” (debe estar atenta, a la quinta le toca transbordo en Catalunya) ¡Cuánto ama moverse en metro!  


De repente el vagón se detiene más tiempo de la cuenta, así que abre los ojos y se fija que aún le quedan unos minutos hasta cambiar de línea. Se percata que la está observando un chico hindú muy-muy-guapo, una señora muy-muy-mayor, y una mujer muy-muy-embarazada que cuchichea con su hija mientras se ríen. Cada uno tiene una expresión distinta, así que no entiende qué sucede, pero juraría que la miran y eso le empieza a incomodar un poco.  


<< ¿Coco me ha dejado muchos pelos en la ropa? ¿Me ha venido la regla y parezco el Mar Rojo?>> 


Luisa trata de no dar más vueltas al asunto, de modo que mira al suelo y regresa a su canción, la cual se repite una y otra vez, como una coda celestial-bluesera.  


 


If I never have a cent, 


I'll be rich as Rockefeller. 


Gonna set my feet 


On the sunny side of the street. 


 


Una pequeña brizna en la melodía del clarinete se le antoja a un guiño, que le parece brindar esperanza aun sin saber que la necesitaba, y se emociona. La vuelve a mirar todo el metro, en esta ocasión de forma compasiva. Tampoco le gusta, pero está en la parada cinco, así que sale directa sin mirar a nadie. 


 


Va caminando por el pasillo, pero... ¿ Qué ocurre? En efecto, TODO el mundo la mira, en el mar de gente del transbordo de Catalunya (a las nueve de la mañana) cada persona la sigue con la mirada, aunque sea un fragmento de segundo. Luisa se siente tan expuesta que rompe a correr como si no hubiese un mañana, baja por las escaleras que le llevan a su andén y... ¡zas! Tropieza de morros con un hombre trajeado. Con el traspiés ella cae al suelo y sale despedido el auricular derecho. ¡Boom!  


Billie sigue sonando a todo volumen a través del auricular izquierdo y a la vez desde su teléfono móvil..., tal y como había hecho durante todo el trayecto sin darse cuenta. ¡Ahora todo tenía sentido! 


El hombre trajeado la mira y dice levantando una ceja: 


-Es la primera vez que tropiezo con el jazz en persona. 


Se aleja muy serio y Luisa se levanta del suelo aún aturdida. 


Pulsa stop en el reproductor y camina despacio hacia su vagón que llega puntual. 


 


Tras un minuto, vuelve a colocarse los auriculares a la vista de todos –esta vez sin emparejarlos al reproductor móvil-, sube al máximo el volumen del teléfono y pulsa play.  


Pone cara cara de despiste, como si no escuchase la voz de Billie Holiday rebotando en cada rincón del vagón. Y comienzan de nuevo las miradas...


 


¿Quién se ríe de quién, ahora?


 

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