Vida en colores
Hará unos veinte años, cuando yo aún estudiaba la primera carrera en la universidad, Merche, en primer curso de Obras Públicas, me dijo que para una asignatura de la que tenía que examinarse pronto, le hacía falta saberse de memoria el mapa del metro de Barcelona. A mí, estudiante de primer año de Historia del Arte, recién llegada de un pueblo muy pequeño, me parecía una cosa complicadísima y un tanto absurda. Pero, sobre todo, complicadísima. Yo apenas había recorrido un trocito de la línea azul y un poquito de la verde, para ir desde Entença a Palau Reial. Salir de ahí requería de una planificación previa creada a conciencia y, por supuesto, escrita en un papel.
Hoy puedo decir que me he deslizado, arrastrado, paseado por casi todos los rincones del mapa. No sólo eso. Al evocar los trabajos que he tenido, los lugares donde he vivido, las personas con las que los he compartido, en fin, las vidas que he vivido en la ciudad hasta ahora, podría decir que se ven de manera sinestésica teñidas del color de la línia de metro en la que viajaba. Imagínense que en vez de colores las líneas fueran letras o números, como pasa en otras ciudades. Mis años universitarios no serían verde-azulados, sinó K. O aquel trabajo odioso no sería el amarillo, si no 1. O las mejores fiestas con amigos no estarían envuletas en el halo del color rojo, sino en una insulsa letra H, por ejemplo. Los colores también se hacen presente en nuestras conversaciones habituales, poca gente usa el número de las líneas para nombrarlas (los que lo hacen, ¿usan alguna vez los colores o nunca varían..?) Cómo nos sentiríamos si, mañana, de golpe, decidieran cambiar los colores de las líneas del metro? La Roja pasaría a ser Verde, la Azul Lila, la Verde Amarilla...¿Nos sentiríamos incómodos?¿ Quizás nos divirtiera? En definitiva, cambiaría alguna cosa?