El tren de la vida
Todo empezó como un día normal. Me levanté y cogí el metro. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que este no es un tren normal. No hay ruido, ni nadie más aparte de un hombre uniformado con una sonrisa bondadosa y yo misma. Creo que estoy en un tren paralelo a la vida real.
—Oiga, ¿dónde estamos? —le pregunto.
—Este es un tren especial —contesta, confirmando mis sospechas—. El Tren de la Vida, convocado por aquella persona que más te quiere.
Me falta el aire. Miro las paradas, la última no es Cornellà Centro, sino “Abuela”.
—Solo pasa para aquellos que han perdido las ganas de seguir luchando —explica.
—Yo no...
—Has dejado tu vida de lado desde que tu abuela murió por ese infarto del que te culpas sin razón. Te encierras en casa y solo sales para trabajar. Siempre estás triste y lloras todo el día.
Me quedo helada.
—¿Cómo sabe eso?
—Lo sé todo sobre mis pasajeros. Soy el Conductor. Este tren te ha dado la oportunidad de elegir, pero debes de ser cauta con tu decisión. Puedes seguir anclada al pasado, aferrada a aquellos que se fueron. Quedarte con ellos hasta la Última Estación, pero entonces habrás llegado al final de línea y tendrás que bajarte.
—¿Quiere decir que moriré?
—Así es, ¡pero hay una alternativa! Puedes bajarte del tren antes de llegar al final y seguir con tu vida, la real. Pero deberás vivirla de verdad y no como lo estás haciendo ahora. Tu abuela no te culpa por lo que pasó. Sin embargo, tú no levantas cabeza y te has sumido en una depresión. Por eso he venido con mi tren, para darte la oportunidad de decidir qué quieres hacer con tu vida: ser esclava del pasado o vivir el presente para llegar al futuro. No obstante, la segunda opción pertenece a otro tren. Piénsalo.
Lloro. Comprendo por fin que no puedo hipotecarme por viejas heridas que sanarán, aunque lleven más tiempo del que me gustaría. Debo ser fuerte y seguir mi camino. Este no es mi tren. He necesitado que vinieran a buscarme desde el otro mundo para darme cuenta de que debo seguir sola en éste, aunque en realidad, nunca lo he estado.
Finalmente llega la parada “Abuela” y ella se sube al tren. Está igual que cuando me despedí esa tarde, antes de que se infartase. Nos fundimos en un abrazo largo y ella me llena de esos besos que tanto he añorado.
—No te martirices, cariño —me pide—. La vida, como una línea de metro, tiene su primera parada y la última. Yo he llegado a la mía, pero tú aún no.
—Lo sé, abuela. Pero te echo tanto de menos… No puedo seguir sin ti.
—Sí puedes. Eres fuerte, valiente y generosa, y todavía te queda mucho por vivir.
Asiento. Ella me acaricia el pelo con sus dedos torcidos por la artrosis, pero para mí es la caricia más suave del mundo.
—De acuerdo. Seré fuerte por las dos.
—Quiero que cumplas tus sueños. Retoma el contacto con tus amigos, y con ese chico que te gustaba. Múdate al campo. Adopta una mascota. Viaja. Pero sobre todo, necesito que seas feliz y que mires la vida de frente. ¿Lo harás?
—Sí. Sí, abuela, lo haré. Te lo prometo.
—Estás viva. No te olvides de ello.
Me besa en la frente por última vez, y aunque desearía que no terminase nunca, sé que nada puede ser eterno, excepto el amor, pero eso se lleva dentro. Me dirijo al Conductor.
—Me bajo aquí —me despido—. No voy a llegar a la Última Estación.
—Lo suponía —dice sonriendo—. Ten un buen viaje en el tren que te corresponde.
Se abren las puertas y me bajo con decisión. Me despido con la mano, el corazón lleno y una sonrisa, por primera vez en mucho tiempo, de felicidad.