La sequía.

Ivanhoe

El funeral.


Era un día triste en Granollers, era el entierro del bombero Raúl Fernández, fallecido en acto de servicio, en uno de los tantos incendios producidos por la sequía que llevaba asolando durante varios años el país. La gente ni se acordaba de la última vez que llovió. Flores, cultivos, aves, peces, y varias especies de animales habían desaparecido por la escasez de agua. Pantanos, ríos y lagos no eran más que secarrales. En los supermercados el agua era ya un artículo de lujo exportado de otros países, y el precio del agua en los hogares se había disparado de manera histórica, el cual sólo estaba disponible del grifo durante unas franjas horarias, antes de volver a cortarla. Y de repente, en el funeral de Raúl, empezó a llover intensamente ante el asombro de todos los allí presentes.


El día de la muerte de Raúl.


-¡Salid de ahí, ya! -gritaba el jefe de bomberos desesperado a sus hombres. Habían ido a sofocar un incendio, aparentemente iba a ser una tarea rápida y sencilla, pero de golpe el viento cambió de dirección y en un segundo las llamas rodearon al bombero más novato, al que no le dio tiempo a huir. Raúl sólo llevaba un año en el cuerpo de bomberos de Granollers. Sus compañeros miraban impotentes cómo el fuego atrapaba a Raúl.


 


Rumbo al paraíso.


-¿Dónde estoy? -preguntó Raúl con asombro al hombre que estaba enfrente de él. Estaban en una especie de tren, muy iluminado, que le recordaba a los de la serie 4000 de la línea 1 de Barcelona, en los que tantas veces había viajado para ir a ver a sus padres.


-Me imagino que aún no recuerdas nada de lo que pasó -le contestó tranquilamente el hombre -mira a tu alrededor, todas esas personas que van en este vagón y en todo el tren son las personas que han fallecido en el día de hoy, tú incluido, Raúl.


-¿Fallecido? -a Raúl se le hizo un nudo en la garganta, ahora empezaba a recordar, el bosque, las llamas que le rodeaban y que se acercaban imparables, el fuego que al final le alcanzó.


-Mi nombre es Ángel -le dijo sonriente el hombre estrechándole la mano -y soy vuestro acompañante a la entrada del paraíso. Ya casi estamos llegando, así que si tienes una última voluntad que dejar en la tierra, como suelo hacer con todos los nuevos huéspedes, pídemela ahora.


-¡Quiero que vuelva a llover! -dijo con decisión- quiero que llueva en mi funeral, y quiero que llueva una vez a la semana al menos. Mi tierra sin agua se muere, y no es justo.


-Me temo que eso ya no depende de mi -dijo Ángel -pero te prometo que hablaré con mi superior. Sólo él puede concederte lo que pides.


-Pues muchas gracias,¿y cómo es el paraíso? -cuando iba a contestarle Ángel el tren frenó bruscamente, las luces del vagón se apagaron y las puertas se abrieron. Otra luz más potente se veía a lo lejos. Todos los pasajeros se pusieron en pie.


-Será mejor que lo veas por ti mismo, ya hemos llegado, empieza tu vida celestial, Raúl, bienvenido a esta nueva estación -le respondió sonriendo.


 


El milagro.


Para todos los presentes que estaban en el funeral de Raúl, que lloviera lo calificaban de milagro. Ninguno de los presentes olvidaría nunca ese día, no sólo porque despidieran a su ser querido.


Y así fue como la última voluntad del bombero le fue concedida, y cada día que llovía en la tierra, dos o tres veces a la semana, él sonreía feliz desde el cielo.


FIN.


 

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