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1938: Un viaje en bus, tal vez eterno

Illary

Transcurría diciembre de 1937, la revolución estaba en pleno auge, siempre acompañada de manifestaciones y conflictos armados.


Manuel, un jovencito de apenas 15 años, se sujetaba con fuerza del pasamanos, intentando mantener el equilibrio, con la otra mano cogía a su hermana de la mano, pequeña en comparación a la suya. El autobús se movía y temblaba, agitándose sin aparente armonía. De vez en cuando sentía como María cedía ante el movimiento y chocaba contra su pierna, a él le habría gustado sentarse, pero cada vez eran menos los buses en circulación en Barcelona, por lo tanto, los que había estaban abarrotados.


El bus continuo ruidoso, como quejándose del peso.


Desde que empezó la guerra, él se sentía abatido. Prefiere recordar las tardes luego de estudiar, regresando a casa con su hermana, sentados uno al lado del otro, en esos particulares buses rojos; compartiendo la merienda que él no se había comido, la verdad, ni siquiera la sacaba de la maleta; añoraba compartirlo con su hermanita, como una especie de ritual o costumbre. El ambiente del autobús era acogedor, incluso en invierno.


Manuel reacciona luego de tropezar y casi caerse, mira hacia la estrecha ventana y recuerda que ese chirrido del motor antes le relajaba, ahora le estresaba.


Cuando el bus se detuvo, salió con prisas, llevándose más de un empujón, se detiene en la acera y mira hacia atrás, observa el bus que alguna vez le pareció majestuoso, mientras apretaba el agarre en la mano de María, ella se queja, pero Manuel no parece escucharle. Al cabo de unos minutos ambos se dirigen a casa.


Enero de 1938, comenzó con gritos, gente corriendo de un lado al otro. Manuel escucha un estruendo y sale corriendo junto a María, se dirigen hacia un lugar seguro, se escuchan explosiones y pronto se queda solo, con un cuerpo inerte entre sus brazos. Se queda atónito, y cierra los ojos intentando cortar el paso de las lágrimas, los cierra, tal vez esperando que nunca vuelvan a abrirse, o que todo fuera una terrible, falsa y asquerosa pesadilla. Oscuridad y más oscuridad.


Un mes después se propone a entrar de nuevo en el chirriante vehículo, esta vez solo. Ese día le esperaba Copet, ese nombre se lo había puesto María a ese bus, puesto que en la parte delantera tenía una abolladura, ahuecando el frontal, era sutil, pero lo suficientemente vistoso como para hacerlo destacar entre todos, además siempre seguía la misma ruta. De hecho, era el favorito de los dos pequeños hermanos, le tenían especial cariño.


Manuel decide entrar, cabizbajo, entregando su ticket rojo opaco, localiza un sitio libre y se sienta en este, sus ojos se humedecen y una lágrima logra escaparse, limpia sus ojos con el puño, ya que estaban empañados y logra ver dos hermanos cerca de él, el mayor cogido de la barandilla y la hermanita de la mano derecha del mayor. Sonrió al recordar que hace tan solo un mes estaba así con María. Sacude la cabeza y les cede el sitio, el muchacho acepta, sentando a la hermana en sus piernas. Como recuerda Manuel hacer cuando María estaba cansada o no había más sitio. Se queda ensimismado, sin darse cuenta de que su parada ya había pasado hace varios minutos.


Marzo, a finales de marzo, las puertas de Copet se abren lentamente, él entra con paciencia, y divisa una pequeña niña de 6 años, María. Los dos hermanos se encuentran de nuevo, el uno al lado del otro, en su querido bus, compartiendo la merienda de Manuel de nuevo, en un viaje que duraría más de lo normal, tal vez por la eternidad.

Categoría de 13 i 17 años. Colegio Jesús Maria Sant Andreu