FANTASÍA IMPROVISADA

N.B. Oliver

-¿Son pareja?


-¡No! Sólo amigos. En lo personal no me molesta su observación, estoy a un paso de dejarme enamorar por ella. ¿Cierto, Ana?


-Muy gracioso.


- ¿Dónde bajan?


-Nos quedamos en Selva de mar, ¿Y usted?


-Una estación más; Ya llevo muchos años viviendo allí.


-Nos queda un largo recorrido, por lo que se ve tenemos tiempo para conversar un rato.


-Gracias, soy enfermera jubilada, y mi profesión me enseñó a ir con los sentidos alerta en el metro. Estaba acostumbrada a detectar necesidades y siempre encontraba alguien a quien ayudar. En mi tiempo de juventud, ¡ah! los móviles estaban en su auge y todos padecían de dolor cervical, por llevar la cabeza inclinada mirando sus pantallas. Yo no digo que esté bien o mal, pero en el metro no lo utilizaba y gracias a eso encontré un tesoro de gran valor; les aconsejo que abran bien los ojos.


-¿Qué encontró, señora?


-No me digas señora, Marieta es mi nombre.


- Sería genial escuchar su historia.


-Gracias nena, ya hace algún tiempo que no la cuento, y nos quedan unas paradas. Yo trabajaba en el Hospital Vall d´Hebron, en turnos de tarde hasta las 10 de la noche, normalmente. Hacía el cambio de la línea azul a la amarilla en Maragall. Estaba asignada a la UCI, fue el año 2020, el de la pandemia; recién comenzábamos a conocer la enfermedad y me encontraba exhausta. En Passeig de Gràcia subió un chico que llamó mi atención. No iba mucha gente, pero él estaba de pie frente a la puerta, moviendo sus manos al ritmo de una melodía. Llevaba los cascos puestos pero estaban desenchufados, y la reconocí en seguida, cómo no, si la había escuchado toda mi vida, era ´´Fantaisie Impromptu´´ de Chopin. En  casa de mi abuelo era como el himno nacional y fue mi compañera de estudio, paño de lágrimas, etc.  Por eso reaccioné de inmediato, a pesar de que era casi imperceptible, pero yo la conocía muy bien. No podía dejar de mirarle, movía sus manos al ritmo del piano, como si lo estuviera tocando en vivo, seguía cada compás y yo a él, sin disimular. Estaba fascinada, era como un concertista, y ése su auditorio. Yo, en espera de dar mis ovaciones, volteé a ver a mis compañeros de viaje. Ellos le miraban, un poco desconcertados, mas yo estaba totalmente compenetrada en su actuación, que era elegante y llena de pasión. Iba en el último vagón, como casi siempre en el mismo asiento; lastimosamente, lo que duró la sonata era lo que su trayecto tardaba en recorrer, y no pude hacer nada para impedir que bajara. No salí tras él, me quedé anonadada. No dormí toda esa noche, le veía, le escuchaba, le sentía, le besaba… Anunciaron el confinamiento y mi mundo se derrumbó, esperaba un reencuentro y ser su admiradora, su todo. Desde aquel día, hacía la misma rutina con el afán de coincidir, me sentí más sola que nunca. Entre aplausos comencé a escuchar la composición en mi mente, no sabía si eran para mí o para él, y comencé a padecer de ansiedad, de pánico, de alucinaciones. Y hasta tuve el deseo egoísta de atraerlo con mi pensamiento, aunque fuera al hospital , y así poder atenderle, cuidarle y tocar sus manos que habían estado conmigo desde aquella noche primera en que fue mío. Yo, resignada, y con el peso de mi profesión sentada donde siempre, perdí la esperanza de volverle a ver, dejé caer todo mi cansancio, cuando de pronto la música me despertó y... ´´PROPERA PARADA SELVA DE MAR´´


-¡Marieta, no puede ser, ya llegamos, tenemos que bajar!


-¡Venga, hasta pronto, chicos!


-¿Quedamos mañana, a la misma hora y en el mismo lugar y seguimos?


-Sí, de acuerdo.


 


 


 


 


 


 

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