LAS RELACIONES A LOS 20 Y TANTOS

Ismail

Cuando pasas los 20 y tantos, después de varias relaciones infructuosas, tus relaciones sociales cambian. Pongamos que conoces a una persona que, en principio, te ha suscitado cierto interés y atracción. Pues bien, la madurez te lleva a ir con pies de plomo: analizas cada actitud; cada conversación; examinas con cautela cada una una de sus virtudes y sus defectos. Dejaste de idealizar a la persona perfecta, interiorizas y, efectivamente, asumes que los defectos están ahí. Ahora lo que te queda es comprobar si son compatibles con tus manías, con tus imperfecciones y con tus taras (porque todos tenemos alguna). Buscas el equilibro perfecto. Todo esto no inhabilita la pasión encendida de una nueva ilusión.


El otro día me contaba una amiga una chorrada (a mi modo de ver) que le había sucedido con un chaval que ha conocido relativamente hace poco, ahora su novio. Las cosas fueron bien. Ambos se conocían año atrás y por vicisitudes del destino, una noche de concierto comenzaron el idilio tan deseado por los dos. 


 


Eran las 00.12 de la madrugada (pleno confinamiento). Ella me escribió: “se ha ido a dar una vuelta”. Yo la llame automáticamente. Tenía que ver con la tontería por la que habían discutido (que tampoco) horas antes. Él no había depurado la rabia/malestar/enfado de la tarde, y todo había saltado por los aires por un simple comentario de ella: “No me apetece cenar”. Él  necesitaba su espacio y se marchó. No tiene nada de malo. Quizás sea la mejor forma de resolver una cuestión cuando estás en modo “me inflo y no respiro”. Estuvimos hablando cerca de media hora del tema. Intenté relativizar el hecho que él se marchase. Al poco rato, volvió a casa. Supongo que no hizo falta hacer las paces. No había motivo. Solo que todos no gestionamos las emociones del mismo modo y manera. 


 


Después de la llamada anduve reflexionando sobre este asunto. Los dos son buenas personas, se quieren y compaginan a las mil y una maravillas. Yo notaba en mi amiga la preocupación por estropear una relación que hasta ahora se presentaba idílica. Y claro, después de alguna relación tóxica, alguna frustrada y otras sin sentido, estamos en el convencimiento de que en el momento en que ocurre un hecho fuera de lo común pensamos que todo se puede estropear. ¿Sabes por qué? 


 


Porque nos hemos preguntado millones de veces qué sucedió con lo nuestro. Intentamos una y otra vez proyectarnos astralmente al instante en que dejas de admirar, idolatrar, adular a esa persona. Mirar desde un altar objetivo y analizar la situación y las emociones que desencadenaron. Quizás no exista ese preciso instante. Solo que el amor ciega tanto que dejas de ver lo negativo, las energías que te inhabilitan para compartir una vida con esa persona. Por eso tenemos miedo a que vuelva a pasar. Queremos que esta vez salga bien. Que yo, después de esas relaciones, sepa en qué fallé y qué he de mejorar. Inhibirte para analizar la situación desde el Olimpo de los dioses (que todo lo saben). Es una anécdota más, no el principio del FIN.


 

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