Línea 2, Línea Lectura
Aquel día Pedro salió tarde de casa, dejándose sobre la mesilla del recibidor, el libro que debía acompañarle aquel eterno trayecto. Por ello, lo más emocionante que viviría hoy sería correr por la estación de Encants hasta escurrirse dentro del tercer vagón, las puertas del cual se cerraban inmediatamente tras de sí. Nadie se dio cuenta de su épica hazaña, pues todos estaban absortos mirando sus teléfonos. Aviven el seso y despierten, exclamaba para sí.
Metió la mano en su bandolera. Qué fastidio. ¿Qué iba a hacer sin su libro hoy? Una idea pasó por su mente como una exhalación. ¡Cogería ideas para su siguiente lectura! Miró a su alrededor, pero poco había que explorar.
En Tetuan, una chica subió. Llevaba un libro sobre cuidado holístico y dental. No negaba que fuera interesante, pero no para él. En ese momento le vino Borges a la cabeza y porque aún tenía pendiente leer Historia Universal de la Infamia. Posteriormente, una serie de abstracciones lo embargaron, logrando por un tiempo su evasión.
Sus ojos rondaron por el vagón hasta que se posaron sobre una señora que se encontraba en el otro extremo. Estaba enfrascada, pero no como el resto, pues la luz azul no rebotaba en su rostro.
Carlos se inclinó ligeramente a la derecha, olvidando aquella condenada curva antes de Paral·lel, golpeando su cabeza contra el pasamanos. Nada grave. Cerró los ojos mientras se frotaba la cabeza. Tan pronto como recordó que había gente alrededor se enderezó, fingiendo que nada había sucedido. Igual que pasó desapercibida su triunfal entrada, también lo hizo su ridículo topetazo... Menos para aquellos ojos, que miraban por encima del libro, divertidos. La señora, intuyendo la causa de su mal, mostró la portada del libro, alargando los brazos para que Carlos leyera el título del libro. Él, que también se había dejado las gafas, decidió abrirse paso entre las cabezas gachas hasta situarse delante de aquella dama de blancos cabellos. Ella se levantó también, habían llegado a su destino.