El metro de tu vida

eponine

Hay metros que sólo pasan una vez en la vida.


Nos detenemos en el andén, expectantes por saber cuándo llegara.


Notamos el frío aire que anuncia su llegada, la voz lejana que se escucha en megafonía.


Pero esperamos.


Esperamos porque había otra persona esperando antes que nosotros.


Cedemos el asiento. Nos resignamos, volvemos a ponernos nuestros auriculares, y miramos al infinito.


Y claro, cuando menos nos lo esperamos, cuando pensamos que estaba todo perdido, entonces llega.


Hay metros que llegan con muchas averías, y tú, que eres una experta en mecánica, que siempre llevas cinta americana en el bolso, decides subirte.


Y no lo haces por arreglarlo, lo haces porque el metro que acaba de pararse delante de ti, tiene algo que te llama la atención, algo que te invita a descubrir un nuevo mundo. Sus luces parpadean, los asientos no son muy cómodos tampoco, y no hay ni siquiera papeleras. Probablemente sea porque hace años que nadie se ha detenido unos minutos, y ha intentado arreglar la avería.


Pero llegas tú y subes, no te importa el parpadeo continuo, ni los cables sueltos. Pasas de estación una y otra vez, y por fin, tras muchos trozos de cinta, la luz se queda inmóvil. Lo contemplas, no te lo crees, al fin y al cabo lo que sabes de empalmar cables lo aprendiste yéndote de campamento.


Vuelven a pasar las estaciones delante de ti, y estás tan orgullosa de lo que acabas de hacer, que decides continuar, no bajarte y sonreír por cada logro.


Hay veces que subirán los revisores, y querrán ver el progreso e incluso convencerte para que hagas transbordo.


Pero no os dejéis engañar, no paguéis un billete por cambiaros de metro, no hagáis transbordo.


Lo que realmente vale la pena lo tenéis delante de vosotros.


Por eso, no bajes, no dejes que el miedo de cambiarte de línea te haga olvidarte de porque has decidido emprender ese viaje.


Hay metros que sólo pasan una vez en la vida.

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