Tren infinito

Zalacaín el aventurero

Por un instante me deslumbraron las luces del primer metro, pero después los pude ver todos con claridad. Algunos eran como los antiguos, los que eran tan largos que ocupaban todo el andén, mientras que otros consistían en solo uno o dos vagones. Incluso había algunos trenes de ocho plazas, que eran los más pequeños, pero también los más rápidos. Como el que nos acababa de adelantar, que según la aplicación era una lanzadera que venía desde Vall d'Hebron y se dirigía directamente a Collblanc sin parar en ninguna otra estación. Un trayecto con un tiempo estimado de siete minutos y doce segundos. Los trenes equipados con inteligencia artificial podían cambiar de vía de manera fluida y adelantar a otros trenes en la misma ruta. Esto les permitía operar a velocidades más altas y hacer paradas solo en determinadas estaciones, lo que proporcionaba un transporte más rápido y eficiente para los pasajeros que, a través de sus aplicaciones en dispositivos móviles, ya fueran intracorpóreos o analógicos, podían seleccionar el destino y cualquier preferencia adicional, como un vagón sin ruidos, uno exclusivo solo para hombres, para mujeres o para colegios… o incluso para aquellas personas que necesitaran tiempo adicional para subir y acomodarse en el vagón. Tecnología punta al servicio de los usuarios, que impasibles seguían sumidos en sus libros, sus dispositivos móviles, sus problemas o sus proyectos. Pasajeros y pasajeras que ya estaban acostumbradas a ver cómo los convoyes se esquivaban con suavidad y precisión milimétrica. Ya habían quedado atrás los inicios, cuando todos miraban con la boca abierta los adelantamientos y reían aliviados cada vez que los trenes se esquivaban en el último momento.


—¿Lo entiendes, papá? —preguntó mi hija, sacándome de mi ensoñación futurista. —Los trenes ocuparían toda la vía, sería como un vagón de metro infinito, así se aprovecharía el espacio y llegaríamos antes a los sitios. — continuó mientras miraba al otro lado del cristal del vagón de metro.


—¿Has pensado en ser ingeniera el día de mañana, hija? —pregunté con orgullo y asombro.


—No lo sé, pero de lo que estoy segura es de que mañana quiero ir a la playa… —contestó ella robándome una sonrisa.


—Me parece una idea fantástica, hija, pero, si te parece bien iremos en autobús, a ver qué se te ocurre.


 

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