El metro sin luces

Roma

Era de noche en Barcelona. Bajó los escalones lentamente con pesadez, como si cargara un gran peso en su espalda. Era una mujer de estatura mediana, melena castaña hecha un desastre y vestía un vestido plateado que iluminaba toda la estación de metro.


No era recomendable que una mujer fuera sola a esas horas de la madrugada, pero ella estaba ansiosa por irse de allí, ni siquiera recordaba el por qué, ni se sentía a sí misma.


El metro se detuvo justo delante de ella. Entró lo más rápido que pudo.


No había ninguna luz que iluminara el interior de ese transporte, solo los destellos de los túneles y las demás estaciones, algo que no le asustaba ni preocupaba. Se sentó y cerró los ojos.


En el metro nunca se sintió tanto silencio como en ese momento, ni el de las vías, como si ella hubiera traído toda la soledad del mundo.


La música de una guitarra apareció de repente y acarició el oído derecho de la mujer, obligándola a desvelar sus ojos verdes. Lo que vio fue a ella misma, pero arreglada y radiante, igual que una hora antes de ir al metro. La mujer misteriosa, sin dejar de tocar la guitarra, le preguntó:


-¿Estás satisfecha?


-¿A qué te refieres?-respondió. La guitarra dejó de sonar, dejando un frío incómodo en el ambiente.


-¿Estás satisfecha de hacer lo que estás haciendo?-volvió a preguntar la mujer, radiante pero furiosa.


-¿Tengo otra opción? -respondió la mujer del vestido sucio. En ese momento, una ira que ataca como un león se apoderó de la chica del otro asiento.


-¡Eres una cobarde! Podrías haberlo evitado de otra manera, pero has preferido escapar y dejar a tu pobre marido sollozando en el suelo, ¡serás cruel!


La mujer de la melena caótica se levantó, y al sentir un fuerte dolor llevó su mirada a su brazo y a su vientre. Un río de color rojo se deslizaba hacia abajo, manchando el suelo del metro y dándole al vestido plateado un tono rojizo. Miró el espejo de la izquierda y vio que su cara era un circo de maquillaje y heridas, era el reflejo de lo que ella estaba sintiendo: toda una locura desastrosa que ojalá solo fuera obra de su imaginación.


-¡Mira lo que me ha hecho, lo que nos ha hecho! No podía hacer nada más, ¡no iba a permitir que él me matara!-exclamó, intentando interrumpir la hemorragia de su panza.


-¡Él no iba a hacer eso y lo sabes, él nos amaba! Lo que estás haciendo, abandonar el lugar donde has crecido, dejar de lado a tu familia y permitir morir a tu pareja es lo que realmente va a matarte -dijo la otra mujer, llena de furia.


-Prefiero morir de esa manera que asesinada por el hombre que creía que estaría conmigo toda la vida -contestó la otra.


-No sé por qué sigues esforzándote, acabarás como empezaste, siendo una decepción -respondió la mujer de la guitarra, sentándose de nuevo a tocar el instrumento.


El charco de sangre crecía a la misma velocidad a la que iba el metro, aunque la mujer del vestido plateado con tonos de rojo sentía que todo estaba inmóvil.


Sus piernas perdieron fuerza, obligándola a arrodillarse, sus brazos se dejaron caer sobre el mar rojizo y su mente se quedó en blanco. Todo su cuerpo se debilitaba y poco a poco dejaba de sentirlo. Todos sus recuerdos se escaparon en un instante, como hojas que se arrancan de los árboles y vuelan alejándose. Sus párpados empezaron a decaer. Ella intentó mantenerlos abiertos con las últimas fuerzas que le quedaban. 


Finalmente, su cansancio venció, sus ojos verdes desaparecieron para siempre, y en ese momento el metro se detuvo en su destino. 


 


 

Categoría de 13 i 17 años. Institució Igualada

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