Actores y (des)amores

Raquel

Bajo las escaleras y camino a paso acelerado en dirección al tren. Suspiro aliviada al ver que he llegado a tiempo y entro, dispuesta a encontrar un lugar en el que sentarme entre la multitud de personas que, a estas horas de la mañana, se dirigen mayormente al trabajo o a su centro de estudios.


Me acomodo entre un par de mujeres de mediana edad y reviso las notificaciones de mi teléfono; un par de llamadas perdidas de teléfonos desconocidos y un mensaje de mi madre en el que me recuerda que debo pasar por el bazar antes de volver a casa. 


Después de 30 minutos –los 30 minutos más lagos de mi vida–, llego a mi destino y salgo del vagón. Mi móvil comienza a vibrar una y otra vez, pero no contesto. Sé que todos los mensajes son de María, que debe estar enfadada conmigo porque, otra vez, estoy llegando tarde al trabajo, además, sé que, al llegar, perderemos aún más tiempo porque no podrá contenerse y comenzará a sermonearme.


Tal y como pensaba, justo cuando entro por la puerta, mi queridísima amiga se lanza sobre mí y me regaña como si se tratase de una madre decepcionada con su hijo. Repite una y otra vez que es muy poco profesional por mi parte y que estoy retrasando a todo el equipo, pero yo bloqueo mi capacidad de escuchar y me limito a prepararme para el ensayo.


–Muy bien, ahora que estamos todos, vamos a comenzar –dice el director, cuya melena rostizada por el tinte rosa brilla bajo la luz de los focos–. ¡Adelante!


Sobre el escenario, en el centro, nos situamos yo y Marcos; un chico guapísimo de ojos azules que, en la obra que estamos interpretando, La Celestina, tiene el papel de Calisto. Su cabello desordenado, castaño y sus preciosos ojos almendrados, lo convierten en el chico ideal que cualquier mujer heterosexual querría para sí, incluida yo. 


 


Lo triste en esta historia es que, incluso cuando estamos uno frente al otro, obligados a mirarnos a los ojos, ninguno de los dos ve más allá de lo que se aprecia a simple vista. Él no puede ver lo mucho que lo deseo; ni cuando actuamos, ni cuando estamos en el camerino, somos capaces de ver lo que piensa uno del otro, sin embargo, puedo suponerlo.


 


A continuación, Melibea, interpretada por María, entra en escena, y yo, que interpreto a la dichosa celestina, me escondo entre los bastidores. Finalmente, llega el momento del beso; una típica situación teatral en la que, ambos protagonistas, declaran su amor por el otro y se prometen fidelidad eterna.


 


Observo con los ojos llorosos su interpretación, y espero con impaciencia a que llegue el beso que ambos decidieron añadir al guion, para darle un toque más romántico a la trama.


Sé que en la vida real son más que amigos, y he logrado deducirlo tras presenciar las decenas de miradas cómplices que intercambian al compartir escenas o al prestarle al otro su botella de agua. 


Me pregunto si debería entristecerme el hecho de que María no me lo ha contado, o que ha iniciado una relación con él, sabiendo que me gusta desde hace años. 

Categoría de 13 i 17 años. Institut Vilanova del Vallès

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