La chica del metro

Júlia

No hace mucho tiempo, nos narraron una de las historias más conmovedoras de Barcelona. Trataba de una chica, María. Una chica de unos diecinueve años, pelo corto, por encima del hombro, alta y ojos marrones. Ella relató la historia que le ocurrió un verano de 2002 tal que así.


Todo empezó un viernes por la mañana. Yo, como de costumbre, cogí mi maletín del trabajo, y salí de casa corriendo. El día estaba oscuro. Un día grisáceo que te dice que algo va a ocurrir, pero yo no estaba para tonterías. Solo me importaba llegar a tiempo para coger el metro. 


Una vez en la estación de metro, pasé mi billete y esperé en la línea de metro correcta para llegar al  lugar más cercano a Gran Vía. 


El metro frenó. Observé desde fuera, cómo los asientos se mantenían ocupados, pero igualmente entré, y me mantuve durante algunos instantes buscando algún lugar donde sentarme. 


En ese instante, fijé la vista en un lugar libre al final del vagón. Al principio, no observé que hubiera nadie alrededor pero al dirigirme hacia allí, vi a un hombre. Un tanto curioso. Recuerdo que vestía con una chaqueta negra, y una gorra de color gris. Pero a eso es a lo que menos importancia le di cuando me senté. 


Cogí el teléfono, mis auriculares y le di a la playlist que escogía cada mañana, para empezar el día con buenas vibras. 


Pasados unos minutos, el señor que curioseaba desde que había entrado, pareció decirme algo. Yo fruncí el ceño, me quité los auriculares y dije… 


—¿Perdona?


A lo que él respondió:


— Perdón, he olvidado el reloj en casa, y no tengo hora, ¿usted podría decirme qué hora es? 


Un tanto extrañada por la situación, miré la hora y respondí:


— Pues ahora mismo, las nueve y cuarto, no hace mucho que hemos salido. 


— Muchas gracias, respondió.


Le observé una alegre cara, alegre y extraña al mismo tiempo. Era una sensación de que algo extraño estaba ocurriendo.


De golpe el metro frenó de manera brusca. La gente, algo confusa, empezó a hacerse preguntas de lo que acababa de suceder, pero vi que todo estaba bien. Me puse nerviosa al pensar que llegaba tarde. 


Se me habían caído los auriculares al suelo, así que me levanté y los cogí. De repente advertí, que el señor con el que llevaba allí sentada durante todo el trayecto, ya no estaba ahí. 


Deslicé la mirada hacia ambos lados del metro, pero no estaba en ninguna parte. Lo único que encontré, fue una nota algo extraña, que decía: “baja del metro una parada anterior a la tuya”.


Un escalofrío me recorrió la espalda, sentí un hormigueo por todo el cuerpo.


Unos minutos más tarde, el tren frenó, y la gente comenzó a levantarse para salir, pero algo dentro de mí me dijo que debía hacer caso a la advertencia, y esta era la oportunidad de salir, antes de que llegará a la estación.


Con rapidez, me levanté y salí del metro antes de que las puertas se cerraran. En el andén, el bullicio de la estación me rodeaba, pero cuando miré hacia el final, observé al hombre con la chaqueta negra y la gorra gris mirándome fijamente.


El corazón me dio un vuelco, pero antes de que pudiera reaccionar, el hombre se acercó y me dijo en voz baja:


—Te he estado esperando.


De repente desapareció, dejándome sola en la estación, con la sensación de que algo más grande estaba a punto de suceder.


 


 

Categoría de 13 i 17 años. Institució Igualada

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