Barquitos para la princesa del metro

Cloe

Cada mañana, cuando el reloj da las siete en punto, salgo puntual por la portería de mi pequeño edificio situado a metros del emblemático Arco del Triunfo . Como de costumbre emprendo mi ruta hacia la oficina, situada en Bellvitge, a la cual siempre llego puntual al coger el metro en la estación más cercana. Concretamente, voy con la L1, la cual me deja enfrente de mi destino.


Pese a que sé que me espera un trayecto largo y una dura jornada laboral, cada día me despierto con la ilusión de verla allí sentada, es mi rayo de sol. Ella es Sofía, una dulce niña de diez años a la cual padece una enfermedad rara incurable. Pese a su débil salud, es la sonrisa de todo aquel quien viaja en ese vagón del metro por las mañanas.


Cada día somos las mismas caras las que nos acercamos a escucharla recitar sus increíbles historias. Pese a su corta edad, es una gran escritora de cuentos fantásticos, los cuales nos dejan cautivados durante el trayecto. Pero como de costumbre, nunca acaba las historias y baja en mi misma parada para asistir a revisiones médicas. Siempre nos deja a todos los pasajeros con la intriga del final hasta la mañana siguiente, donde nos lo desvela e inicia una nueva narración aún más apasionante que la anterior.


Pero ese frío martes de febrero, al entrar al vagón número tres de la línea de metro, a la misma hora de siempre, no logré encontrarla al lado de la ventana. Únicamente vi a un hombre que siempre iba con ella con la mirada más vacía que he visto jamás. Así que juntamente con otros dos pasajeros habituales y oyentes de los relatos, decidí acercarme a preguntar por la carismática niña. La reacción del hombre se resumió en un mar de lágrimas y unas frías palabras: “Sofía ha subido al cielo.” En ese momento todos sentimos un inmenso dolor en el pecho y consolamos unidos al padre de esta criatura.


Sin embargo, el dolor y la tristeza nos hicieron reaccionar. Decidimos entre todos los viajeros de la L1 homenajear a nuestra luz y alegría de los viajes hacia el trabajo. Escribimos cada uno de nosotros en papel todos los relatos narrados por ella e hicimos barquitos de papel con ellos, debido a que desgraciadamente Sofía, pese a ser su sueño, nunca logró ver el mar.


Así pues, quienes viajamos por las mañanas hacia Bellvitge, contemplamos cómo uno de los asientos al lado de la ventana del tercer vagón está repleto de barquitos inundados de letras que contienen las más bellas historias. Es por eso que, pese a que ya no esté con nosotros, siempre le traemos flores reímos recordando la infinita imaginación de nuestra querida princesa del metro.


 

Categoría de 13 i 17 años. Fert Batxillerat

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