Billy

Lara

—¡Billy!—Resonaba su voz en el oscuro túnel.—¡Billy!—Continuaba gritando.


 


Todo era silencio, un silencio sepulcral que helaba la sangre. Y entonces él volvía a romper el silencio, con aquella voz que llamaba a su compañero una y otra vez. Mas su compañero no respondía a su llamada, puede que porque estaba colgado, varios metros encima de su cabeza, inerte, en lo que parecía ser una gigantesca tela de araña. Quizás, si hubiera levantado la vista, aunque solo fuera por un par de segundos, o hubiera visto la gota de sangre que le había caído en el hombro, se habría dado cuenta de lo que ocurría, y podría haber escapado. Pero no fue así, permaneció ajeno al mal que acechaba en las sombras. Pasaron los minutos y continuó gritando, impasible. 


 


Calló repentinamente, y no porque hubiera desistido de su propósito. Se quedó quieto, inmóvil, procurando no hacer ruido, escuchando. Podía oír algo, pero no era capaz de distinguir de qué se trataba. No era el metro, porque habían cerrado la línea para investigar el extraño suceso que había tenido lugar esa mañana. ¿Por qué motivo los de mantenimiento habían sido los primeros en ir allí abajo? Es cierto que cuando un metro se para suele ser un problema técnico, pero que vuelva a arrancar misteriosamente… 


 


Ahí estaba otra vez ese sonido, como si algo se moviera. Se giró bruscamente, pero no vio nada, pues la oscuridad lo invadía todo, salvo aquello que su linterna alumbraba. La luz de la linterna era ahora más tenue, advirtió. Parpadeó un par de veces y luego se apagó, pero bastaron unos golpecitos para que volviera a funcionar. Y de nuevo el crujido retumbó en las frías paredes del túnel. Volvió a girarse, mas no vio nada fuera de lo normal.


 


La segunda gota de sangre sí que la notó, fría, deslizándose por su camisa hasta quedar impregnada en ella. Levantó la linterna y con ella su mirada. Se quedó en shock, observando al que durante años había sido su compañero y fiel amigo. Su cadáver ensangrentado colgaba de una gruesa red negra, un tanto similar a la tela que teje una araña. Parecía formada por muchos hilos de la viscosa sustancia. Sus ojos vidriosos, antes llenos de vida, lo hicieron estremecerse. Tenía múltiples heridas en todo el cuerpo.


 


El crujido volvió a sonar y una larga cola negra se balanceó detrás de él, viscosa, brillante. La linterna volvió a parpadear, y un segundo después se apagó, esta vez para siempre. Quedó sumido en la oscuridad, expectante, aguardando su inevitable muerte. ¿Cómo era posible que aquel lugar que brindaba un importante servicio a la ciudad pudiera contener algo tan peligroso? Pero así era, y ahora él estaba atrapado. Entonces pudo ver los amenazadores ojos del monstruo, que no habían visto la luz desde hacía ya cien años, cuando habían sepultado su madriguera bajo las vías del metro.


 


La bestia en cuestión era grande, equipada con garras como puñales y colmillos infectados de veneno. Negra toda ella, esbelta y musculosa, con un aspecto monstruosamente aterrador. Los ojos, según dicen, eran los más estremecedores que existieron jamás.


 


No se movió durante unos segundos, que se le hicieron eternos, solo miró a la oscuridad y esperó. Y entonces los afilados puñales de la bestia se hundieron en su carne, desgarrándola. Su sangre se juntó con la de Billy en un charco en el suelo. Fue en ese momento cuando sonó su último grito, lleno de dolor y sufrimiento, que resonó en el oscuro túnel.


 


Y entonces todo volvió a quedar en silencio.

Categoría de 13 i 17 años. Instituto Viladomat

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