El trayecto

Estefania

No sé dónde me encuentro. Mi cabeza da vueltas y mi vista intenta adaptarse a la tenue luz que ilumina la gran oscuridad que me rodea. Con la pequeña iluminación consigo distinguir unas señales que me indican que estoy en una estación de metro. Desconcertada, me pregunto: ¿qué hago aquí? ¿Y cómo he llegado hasta aquí? Mi instinto de supervivencia se activa y, dejándome llevar por esto, comienzo a caminar rumbo a lo que espero que sea la salida. Como era de esperarse, no llego a donde quería, sino que me he adentrado aún más en la estación. Decido que lo mejor es subir al metro.


Una vez dentro, este cobra vida. Cierra sus puertas abruptamente y emprende su camino a un destino que desconozco. El repentino movimiento hace que pierda el equilibrio y que me golpee la cabeza. Confundida y adolorida, busco con cierta dificultad el botón de ayuda de mi vagón. Lo presiono, pero no funciona. Lo vuelvo a intentar, pero sigue sin funcionar. Alarmada, busco en los demás vagones, pero en cada uno obtengo el mismo resultado: ninguno se activa. Después de unos minutos, que siento como horas, veo un punto de luz que cada vez se agranda más y se vuelve más intenso. La primera parada se vuelve más clara una vez que estamos cerca. Cuando el metro se para y se abren las puertas, noto un gran alivio que me recorre el cuerpo, solo que no dura mucho porque no era el destino que esperaba. Enfrente de mí está mi yo de un año, dando sus primeros pasos. Veo a mis padres a mi lado, animándome a seguir andando mientras yo, sin miedo a caerme, camino como puedo. Justo cuando planeo salir, las puertas se vuelven a cerrar. En la segunda parada me encuentro a mi yo de tres años llorando porque comienza el colegio y no quiere separarse de sus padres. Ese día estaba vestida con colores vivos y muy llamativos, sin sentir miedo por el qué dirían. Una vez que finaliza el recuerdo, las puertas se cierran y el metro vuelve a moverse. Miro por las ventanas y me doy cuenta de que hay varios caminos iluminados donde a lo lejos aparezco yo, pero percibo que no soy la misma, es como si fuese de otro universo. No es hasta que dejo uno atrás y que este se apaga, que caigo en cuenta de que son los caminos que pudieron haber sido, pero que no fueron por diversas decisiones que tomé. Llego a la tercera parada y distingo distintos recuerdos de mi niñez: veo nuevas amistades, traiciones, a mis abuelos, momentos con mis amigas y con mi familia, pero sobre todo veo a una niña intentando ser feliz sin atreverse a mostrar su verdadero yo por miedo a ser juzgada.


La cuarta parada no tarda en llegar; en esta presencio mi desarrollo a lo largo de mis años de instituto, aprendiendo a poner límites e intentar amarme y aceptarme tal como soy. La sexta parada me muestra cuando elegí la carrera que esperaban y no la que deseaba, llevándome a una vida bastante miserable. Sabía que si el yo del pasado me viese, estaría muy decepcionada. Mi chispa a partir de esos años fue desapareciendo hasta que comencé a vivir en piloto automático; nada me llenaba y por eso mi vida ha terminado. Me doy cuenta de que este trayecto representa mi vida.


Siempre he sido consciente de que el miedo te limita, pero no ha sido hasta este momento que soy consciente de que el miedo me ha dominado toda la vida, negándome a experimentar algo nuevo y fingiendo ser alguien que en realidad no soy. 


 


 

Categoría de 13 i 17 años. Fedac Horta

Te ha gustado? Puedes compartirlo!