Mindfulness

Sara

Las luces no parpadean, no se van a apagar, no caeré a las vías por dejar de mirar. Escucho conversaciones ajenas, es inevitable, ya que se asoman en un mar electrónico que les romperá el cuello a todos, tarde o temprano.


 


No debo pensar esto, debería practicar mindfulness, mirando fijamente el botón del metro. Debería practicarlo mirando los zapatos de la gente. Debería ir en metro a mi hospital y olvidarme de esto.


 


Qué me cuesta ser uno de ellos, caminar por la línea de ciegos que decora el suelo, pensar en qué haré cuando surja a la superficie y no en qué podría hacer cuando me hunda más.


 


Es precioso.


 


Cómo me rodea el aire de pesadumbre y felicidad que se entremezcla y se retuerce en forma de vibraciones en mis pies. Cómo sé que llegaré a donde quiera ir, aunque me cueste y sienta que voy a explotar y de mí va a brotar un mapa entero de líneas de colores.


 


Cada día saludo al conductor del tren. Me suelen responder, me sonríen, me saludan. Siempre están serios, como si controlaran meticulosamente cada cable de su gran vehículo. No lo saben, pero todos los días me llevan a mi hogar, y de mi hogar a mi centro. Me mantienen viva, libre.


 


Mantienen sus focos encendidos, sus ojos enfocados en el gran agujero negro que tienen enfrente, sus ceños fruncidos y sus pensamientos escondidos. Quiero rebuscar en ellos, preguntarles a dónde van después de que todos ya han llegado, a dónde llegan cuando nadie se mueve.

Categoría de 13 i 17 años. Escola Sant Josep Obrer

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