Desenredarme
Todos los días tomo el metro para ir y volver del trabajo a las afueras de Barcelona. Me levanto sobre las cinco y media de la mañana, a veces un poco más tarde, para eso me pongo un sinfín de alarmas en el móvil, que despiertan antes a mis compañeros de piso que a mí. Sí, soy de sueño profundo. Entro al trabajo a las siete, pero tengo casi una hora de metro, combino líneas para llegar. Viajar en metro todas las mañanas y tan temprano, me agrada, elijo donde sentarme y dedicarme un ratito para mí, y para mi familia al otro lado del charco, que justo se están yendo a dormir. Parece absurdo, tal vez, pero nunca pensé que iba a disfrutar tanto del camino al trabajo en tan tempranas horas de la mañana e incluso tampoco pensé que un día en ese trayecto iba a conocer a alguien que me iba a cambiar la vida para siempre.
Eran las seis y cuarto de la mañana, llevaba un pastel para celebrar el cumpleaños de una compañera de trabajo, y también cargaba mi bolso con mi ropa y zapatillas de danza para las clases que tomo luego. Estaba por hacer mi segundo transbordo, tenía puestos los auriculares y escuchaba a Ed Sheeran. En el momento que llega el metro, creo colocar con seguridad el móvil en el bolsillo para subirme rápido al vagón, resulta que no era el bolsillo, y el móvil quedó colgando, dependía de la fuerza del cable ultra usado de mis auriculares. Al querer acomodarme se me cayó todo lo que llevaba encima, tenía todas las manos ocupadas. En fin, me enredé con mis cosas, un momento ridículo, mientras dentro del vagón la gente me miraba como diciendo: ¡pobre chica! Sí, les estaba dando mucha lástima y yo quería que me tragase la tierra, porque absolutamente todo ocurrió en medio minuto, antes que la puerta del metro se cerrara. Mi desesperación aumentaba, porque si lo perdía llegaría tarde a trabajar, y mi compañera se quedaría sin sorpresa.
Y así fue como, en medio de todo este lío, y mientras intentaba desenredarme de mí misma, dos manos se acercaron y me ayudaron. Debo confesar que por un momento pensé que me iba a robar. Pero por suerte, estaba equivocada. No solo me ayudó a recoger todas mis cosas, sino que sostuvo la puerta del vagón para que entrase.
Unos segundos más tarde, ahí estaba yo, charlando todo el viaje con Oriol, un bailarín de Reus que vivía en Barcelona, y tenía su propia compañía de danza urbana.
Yo llevaba un tiempo intentando vivir al cien por cien de la danza, pero se me hacía cada vez más complicada la estabilidad económica, y compaginar los horarios con el otro trabajo.
Ese día, Oriol, vio mis zapatillas de danza, bueno… No solo las vio, las recogió del suelo, convirtiéndose en el puntal para el desarrollo de toda nuestra charla.
Una estación antes que la mía, me dejó su tarjeta y me pidió mi número de teléfono y e-mail. Ese mismo mediodía tenía un correo suyo, me convocaba a una audición para un espectáculo que iba a hacer gira por España.
Veinte días después, volvía en metro a mi casa después de mi último día de trabajo, en la oficina. El siguiente sábado comenzaban los ensayos. Había conseguido trabajo estable haciendo lo que más amaba en el mundo.
Aquel día en el que se me enredaron los auriculares, las manos y perdía la dignidad frente a la comunidad en la estación de Plaça d'Espanya, no solo lograba llegar a tiempo al trabajo , sino que en realidad, estaba desenredando mi vida.
Mi ruta al trabajo cambió, pero sigo tomando el metro cada día, y ahora con muchas más ganas que nunca.