Pensamientos de cuarentena

Araia

Abrí los ojos. Todo estaba oscuro. Desde que empezó el estado de alarma, debido a que un peligroso virus amenazaba nuestra sociedad, pasaba mis días en cuarentena, encerrada en casa. Siempre que despertaba me preguntaba a mí misma: "¿Esto es real?". Me costaba creer que al abrir los ojos no seguía envuelta en un sueño extraño, de esos de los que despiertas con la boca seca y el corazón acelerado.


 


Antes de levantarme de la cama me decía: "Bien, siempre has sido una chica solitaria, tal vez hasta un poco antisocial, este encierro no debe de ser un castigo para tí". No quería convencerme de nada, sabía que tenía razón. Nunca he sido el alma de la fiesta y siempre me ha costado conectar con las personas.


 


Me froté los ojos y fui derecha a mi única conexión con el mundo exterior en esos días. Levanté la persiana y forcé un poco esa ventana vieja hasta que la abrí. Vi la calle, desierta y gris, únicamente perturbada por el sonido del viento azotando las copas de los árboles y por algún transeúnte con mascarilla y guantes de látex. "Una estampa digna de una película de ciencia ficción", pensé.


 


Estaba a punto de dirigirme a la cocina cuando algo llamó mi atención: A través de uno de los balcones vi brillar una lamparita de mesa, que iluminaba el libro que leía concentrada una chica. El pelo recogido en un moño y un café humeante en la mano. "Parece mentira que tenga que haber una pandemia mundial para conocer a mis vecinos", pensé.


 


Durante el resto del día no dejé de imaginar la vida de esa chica. Qué libro estaría leyendo, cuál sería su profesión, si sería tan solitaria como yo... "Demasiado tiempo libre y demasiada afición a las novelas", me dije.


 


Como siempre, acudí a mi cita de aplausos a las ocho. No pude evitar fijarme en ella y en cómo demostraba su admiración por los sanitarios. No sé cómo ni por qué nuestras miradas se cruzaron. También nos sonreímos. "Qué raro, ni si quiera sabía de su existencia hasta esta mañana", pensé.


 


Fueron pasando los días y seguíamos sonriéndonos a las ocho. Hasta que un día, al abrir mi buzón de correos, encontré una nota: "Vecina del 5°2a, me ha costado, pero he descubierto tu número exacto de piso. Te propongo tomar un café cuando pasemos de fase. No podremos vernos la sonrisa (por la mascarilla) pero sí mirarnos a los ojos. Celia, n°2, 5°3a". "¿De verdad tiene que haber una pandemia mundial para conseguir que yo conecte con alguien?", me dije.


 


Siempre he sido más de libros. Nunca me ha gustado el fútbol, los concursos ni otro tipo de juegos. Pero al esperar el paso de la fase cero con cinco a la uno, tal vez haya sentido la emoción de esos segundos antes de chutar un penalti, esa sensación de estar a un número de que te toque el bingo o a una ficha de ganar al trivial.


 


Si quieres saber cómo acaba la historia, te daré una pista: "Bendita fase uno".

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