Sueños

Valentina Vega

Una tarde de principios de mayo, Lucía descansaba como cada tarde en su pequeño piso de G***, un rincón de la ciudad donde los atardeceres se fundían en el sofá y donde solo la luz del crepúsculo se atrevía a pintar las paredes del desordenado salón. Aquel era su refugio secreto, un lugar donde se protegía de la vorágine de la ciudad, ensimismada en el resplandor de una pantalla que proyectaba mundos ajenos. Lucía comenzó a sentir cómo el sueño la envolvía. Sus párpados se tornaron pesados y el cansancio la venció. Fue entonces cuando se encontró caminando por un andén del metro, rodeada de rostros anónimos y prisas que empujaban a la gente. Los carteles publicitarios y mapas del transporte competían por la atención de los pasajeros, mientras el chirrido de los raíles del metro resonaba en el ambiente, mezclándose con el murmullo de conversaciones.


 


Caminando entre la multitud, Lucía tropezó con una mujer cuyo parecido la dejó sin aliento, como si se hubiera topado con su propio reflejo en un espejo. La mujer le tendió una carta y, sin decir palabra alguna, su propia mirada le hizo saber que el contenido tendría un profundo efecto en su vida. De repente, Lucía se despertó en el sofá y notó que su corazón latía con fuerza; su pulso parecía mezclarse con el martillo neumático del exterior. El sueño tenía un significado especial, algo que no podía explicar pero que la hizo sentir que era la respuesta a algo que había estado buscando.


 


Esta sensación la llevó a obsesionarse con descubrir el mensaje que contenía la carta. Cada vez que cerraba los ojos, se veía a sí misma caminando por los pasillos del metro en busca de respuestas. Día tras día, Lucía pasaba las horas en el metro, recorriendo las estaciones y buscando una señal que le hiciera comprender el sentido del mensaje o de la mujer de su sueño. Estaba decidida a encontrar las respuestas que buscaba.


 


Pasaron los meses y un día, de repente, se reencontró con la mujer que era su reflejo. De la misma forma que pasó en su sueño, la mujer levantó su brazo y le ofreció una carta. Lucía intentó pronunciar algo, pero la mujer puso un dedo en sus labios silenciándola. Lucía cogió la carta y la mujer, como una sombra, desapareció entre la multitud. Abrió el sobre. La carta, escrita por ella misma, contenía una sola frase. Al leerla, Lucía sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, como si el mensaje hubiera sido grabado en lo más profundo de su alma. Sus ojos se desvanecieron, cansados y vidriosos, reflejando la luz fluorescente del subterráneo.


 


De repente, un ruido seco resonó en el aire. Lucía sintió que caía al vacío, como si el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido dejándola suspendida en el aire, asida a la nada. Levantó su cabeza y apareció sentada en un vagón del metro con la carta entre sus manos. En ese momento entendió que perseguir los sueños se había convertido en un laberinto del cual debía escapar. Se levantó con determinación y dejó caer la carta antes de salir del metro, dejando atrás su búsqueda obsesiva y abrazando la incertidumbre del futuro. En ese momento, una mano recogió la carta e intentó alcanzar a Lucía, pero las puertas del vagón se cerraron y solo pudo ver cómo se alejaba, mientras el metro comenzaba a moverse. Al leer la carta, en ese preciso instante, el desconocido decidió que encontrar a Lucía se había convertido en su propia obsesión. Mientras tanto, la multitud continuaba su trasiego y el ajetreo del metro seguía su curso sin detenerse.

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