Plasta

ivaferra

Saludé a la conductora del autobús, y fui a los asientos traseros, donde habitualmente me sentaba. 


Los viajeros casi siempre éramos los mismos, dos hombre jóvenes, que siempre se sentaban juntos, un hombre de unos cincuenta años que leía un libro y una mujer también joven que jugaba con su teléfono movil, y yo que casi siempre me dormía durante el trayecto, suerte que mi parada era la de final de trayecto.


Estaba tan cansada que aquella noche no duré despierta ni dos paradas. 


Mi sorpresa fue al abrir los ojos y ver en el asiento una rosa roja, pero aún más cuando el sobre que le acompañaba estaba escrito para Núria, mi nombre. 


Al levantar la vista me di cuenta que solo estábamos la conductora y yo, todos los pasajeros ya habían bajado. Me resigné y abrí el sobre. En él había una nota que decía:


"Bella durmiente, tu belleza ilumina la noche."


Dios, que cursi, éste no se ha movido del siglo XIX.


Quién había sido el autor de la nota, porque de los que había antes de dormirme, a priori, no parecía ninguno.


Me bajé del autobús con una agradable sensación que nunca había sentido.


Al día siguiente, en el autobús, estábamos la mismas personas que la noche  anterior. Le estuve observando para intentar adivinar qui´3n podía ser. Y por más que le daba vueltas, solo podía ser el señor del libro o bien alguien que entrara mientras dormía. 


Aquella noche no me dormí, no pasó nada, el señor del libro se bajó el primero, los hombres jóvenes los siguientes y por último la chica del móvil.


Así estuve varias noches intentado ver quién era mi misterioso admirador, incluso una vez me hice la dormida, pero nada, no hubo ni más rosas ni más notas.


Después de algún tiempo renuncié a averiguar quién era, y seguí con mi rutina normal en el autobús, ir mirando y al poco dormir acurrucada en el asiento trasero.


Una de esas noches me desperté casi llegando a destino, cuando mis ojos volvieron a ver una rosa y un sobre con mi nombre, levanté rápidamente la vista para ver quién había, y como la otra vez solo estábamos la conductora y yo.


Abrí el sobre y esta vez ponía:


"Bella Durmiente, despierta para mí."


No cambia, dije, que plasta. Debe ser el tío del libro. Mañana me va a oír. 


Al día siguiente, nada más entrar en el autobús, me fui directo al señor del libro y le grité:


"Ya está mayor para comportarse como un adolescente, ¿no? 


Los demás pasajeros miraran hacia el pobre hombre que ponía una cara de no entender nada de lo que le decía la loca aquella.


"Señorita, creo que no la entiendo", dijo el hombre, "ya hace tiempo que dejé la pubertad."


Cuando vi la cara que ponía aquel hombre, me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. Me disculpé del hombre y me fui a mi asiento habitual. Notaba en el cogote las miradas de todos los pasajeros, hasta la del conductor.


 ¿El conductor?


No me había dado cuenta de que era un hombre, desde cuándo, yo juraría  que era una mujer. A ver si todos los días era un hombre, yo diría que no, pero cuando entro saludo mecánicamente y no me fijo mucho en quién responde. 


Estaba pensado lo ridícula que había sido, cuando una voz me dijo: "Señorita ya hemos llegado al final, tendrá que apearse."


Alcé la vista y vi al conductor con una rosa en la mano y ofreciéndome la otra para que me levantara del asiento, mientras me decía:


"Déjame que te despierte con un beso, todos los días de tu vida."


Sigue siendo un plasta, pero tiene su encanto, pensé.


Me levanté.., y desde entonces me despierto cada día con un beso.


 


 


 


 


 


 

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