La L100
Y entonces le pregunté como podía llegar hasta allí, hasta ese lugar tan maravilloso, lleno de luz y esperanza donde una nueva vida era posible, donde todos los seres se unían en uno solo.
Me miró a los ojos y con una dulce sonrisa me dijo:
Es muy sencillo, solo tienes que bajarte en la última parada de la línea 100 del metro.
Le di las gracias y abandoné el lugar.
En ese mismo instante sabía o por lo menos tenía la intuición de que por fin había encontrado la respuesta que muchas veces me habían y me había hecho: Qué quieres en la vida? Dónde te ves dentro de 5 años? ... Ahora lo sabía.
Me dirigí hacia la boca del metro de la parada ilusiones, mientras tarareaba el estribillo de aquella canción que tanto me motivaba en aquel momento.
Al bajar las escaleras pude observar que nadie subía, tampoco bajaba nadie, pero en el andén había una mujer con su recién nacido en los brazos y un hombre que por su apariencia física parecía de más avanzada edad, sentado, cabizbajo acariciando vigorosamente la cabeza y el lomo de su compañero de cuatro patas que reposaba en sus pies.
El cartel luminoso anunciaba la llegada del 100 en unos minutos.
Permanecí inmóvil hasta que una luz cegó mis ojos y una suave brisa acarició mi pelo haciendo que volviera al aquí y al ahora.
Por fin iba subirme al 100 y a empezar el viaje de mi vida.
Se abrieron las puertas y nadie bajó.
El 100 retomó su marcha y atrás se quedó todo, todo lo que hasta entonces yo había sido, todo lo que había vivido, toda la gente que había conocido pero no importaba, me desprendí de todo, y le dije adiós sonriendo y orgullosa, jamás pensé que pudiera viajar tan ligera de equipaje, de hecho no lo necesitaba, no necesitaba nada más.
Me dediqué a disfrutar del trayecto porque algo dentro de mi me decía que sí, que ahora sí iba por el camino correcto, hacía la dirección que yo quería, sin preocuparme por nada más que por llegar a mi destino.
El 100 paró unas 17 veces pero el metro no estaba ni al 5% de como suele estar cualquier otra línea de la ciudad condal.
La parada 18 era la última, ya que el metro se detuvo, abrió sus puertas y el motor se paró.
La gente empezó a apearse y yo hice lo mismo, lo pude notar con todos los sentidos.
La luz del exterior era tan brillante, el olor tan dulce, el sonido era tan agradable que no podía creer que sí, que existía, que era real y que era cierto que algún día lo iba a encontrar.
Me sentí la mujer más dichosa del mundo porque por fin lo había logrado, había llegado al lugar donde quería estar y donde debería haber estado hacía mucho mucho tiempo.
Un lugar llamado VIDA
Gracias L100 por traernos hasta aquí porque si queremos, podemos.
Solo tenemos que buscar en nuestro interior.