Natalia
Enric había madrugado más que otros días porque tenía una visita en el hospital. En los últimos meses su salud había sufrido un deterioro considerable. Después de la muerte de su esposa, el disgusto había hecho mella en su delicado estado.
Salió de casa en dirección al metro. Al llegar al ascensor de la estación de Badal pulsó el botón y este empezó a descender. Le pareció que tardaba más de lo habitual en bajar y le extrañó. Entonces el panel empezó a parpadear y se iluminó un botón en el que aparecía una cifra :1974. Aquel número le recordó el año que conoció a su su amada Natalia, fue precisamente allí, en el metro.
Era un lluvioso día de octubre, él salía de trabajar y ella de la universidad.
En el mismo instante que la miró, se enamoró de ella. Que recuerdos, pensó, y la nostalgia le envolvió.
Después de un recorrido demasiado largo, el ascensor paró, se abrieron las puertas y una mueca de sorpresa asomó en su rostro. Tuvo que frotarse los ojos.¡No podía creer lo que estaba viendo!
Aquella estación no era la misma, se veía muy antigua. Parecía que no hubiera transcurrido el tiempo. Observó a su alrededor y fue entonces cuando la vio. Allí estaba ella, con los libros en el regazo y el cabello recogido. Sus grandes ojos castaños se posaron en él y no pudo evitar sentir un escalofrío. Era su querida esposa fallecida, el amor de su vida.
Se dirigió hacía ella con lágrimas en los ojos. Se sentó en el banco, a su lado, le acarició la mejilla y le juró una vez más amor eterno mientras sus cuerpos se fundían en un abrazo.
Nuevamente juntos y esta vez sentía que sería para siempre.
Al día siguiente encontraron el cuerpo sin vida de Enric en casa. En su rostro una dulce sonrisa parecía iluminar su semblante mientras sujetaba entre sus manos la fotografía antigua de unos jóvenes casi adolescentes, sentados en un banco de una estación de metro.