Floreciente esperanza
Cuando era muy pequeña me mareaba en el metro, a principios de los años ochenta, muchas veces mi padre me llevaba en metro, principalmente en las líneas la L3, la verde y la L4, la amarilla, en aquella época en el primer vagón había una ventana paralela a la cabina del conductor, que era la mitad de lo que es hoy y no se podía ver al conductor. A la izquierda estaba esa ventana por la que se podían ver las vías, mi padre me llevaba allí para que no me mareara, decía que si veía por donde iba el tren era más fácil concentrarme. Tenía razón, la visión del túnel y las vías serpenteando eran hipnóticas, en las paredes del túnel había alguna luz ocasional pero era el propio tren el que iluminaba el camino,. Te7enía unos tres o cuatro años y aún recuerdo con toda claridad esos momentos de maravilla, pasar de la luz de la estación a la negrura del túnel y de nuevo a la luz, entraba como en una especie de trance donde todos los pensamientos eran posibles, en ocasiones, ya de adulta, cuando he necesitado un momento de paz mental he recordado ese trance maravilloso.
Actualmente las cabinas del conductor son más grandes y cómodas, la consola ocupa más espacio, la tecnología avanza y se vuelve más compleja, ahora a través del cristal ahumado se puede ver toda la vía y tener el mismo punto de vista de la persona que conduce, recuerdo la diferencia con las primeras veces que subí a un metro, cabina aislada, ventana aislada, y ahora la visión compartida del camino. Lods controles que antes estaban ocultos ahora son visibles y una floreciente esperanza me invade.