Generaciones de desconocidos

El dels quinze

Barcelona, 1925


La estación de Aragón aún olía a cemento fresco y a promesas de modernidad. Era la primera vez que Pilar se atrevía a tomar aquel invento del futuro, aquel tranvía subterráneo que la llevaría hasta la plaza Lesseps en apenas unos minutos. Se palpó el bolsillo del abrigo para asegurarse de que su billete seguía ahí, pero su mano solo encontró el tacto del forro gastado.


—Maldición… —susurró, girándose hacia la multitud que se arremolinaba en el andén.


El sonido de la bocina anunciaba la inminente llegada del metro cuando un joven apareció frente a ella, extendiéndole un billete con una media sonrisa.


—¿Se le ha caído esto? —preguntó él.


Pilar titubeó. No recordaba haber visto a aquel muchacho antes, pero este llevaba su billete en la mano. Lo tomó con un leve sonrojo y murmuró un agradecimiento apresurado antes de subirse ambos al vagón.


El metro arrancó y, mientras el traqueteo la mecía suavemente, sintió la mirada del joven. Pilar le devolvió la mirada y, en un impulso inesperado, le sonrió. Pese al nerviosismo de no reconocer dónde estaba durante el trayecto como cuando cogía el tranvía, la mirada cómplice del chico la tranquilizó. El trayecto se hizo corto, pero cuando las puertas se abrieron en su destino, supo que no sería la última vez que se verían.


Barcelona, 2025


Marc sacó su T-Mobilitat de la cartera. La foto de sus abuelos Pilar y Arnau le sacó una leve risita mientras marcaba para entrar al metro. Tras recorrer todo el pasillo interminable del transbordo entre la L3 y la L4, subió apresurado al metro dirección Trinitat Nova. Él no sabía ubicarse bien por las calles de la ciudad, pero se sabía las paradas del metro a la perfección. Aunque vio un asiento libre, se lo cedió a la mujer mayor que había entrado al vagón junto a él. Se apoyó a un lado cuando cerraron las puertas dejando su mochila en el suelo y revisó sus bolsillos con inquietud.


—Maldición… —susurró, buscando su tarjeta de transporte sin éxito.


—¿Buscas esto? —preguntó una voz femenina. Una chica de su edad le tendía una tarjeta verde con una sonrisa divertida.


—Me acabas de salvar el día. Juraría que la había vuelto a guardar. —dijo Marc, sintiendo sus mejillas arder.


Marc la cogió y, sin saber por qué, le devolvió la sonrisa. Durante el trayecto, no dejaron de mirarse y Marc se despidió de ella al bajar en Lesseps. Un sentimiento le recorrió la espalda, como si aquello ya hubiese ocurrido antes, como si el metro guardara en sus raíles ecos de antiguas historias.


 

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