En la boca del pez

Señora de Pérez

Mis viajes en metro no son demasiado largos, lo justo para poder leer y lo justo para poder ver a Daniel. En realidad, no sé cómo se llama pero en mi cabeza se llama Daniel. Se sube antes que yo, puesto que al subir, lo he visto sentado. 


Si hay huelga y la gente se multiplica, me cuesta verle. Tengo que ir moviéndome entre la gente y a veces intuyo su abrigo o su perfil. Entonces decido quedarme ahí y tenerlo a la vista. En los días normales, no hay problema; me resulta fácil encontrarlo ya que suele estar en el penúltimo vagón y además va con un libro. 


Bajo del metro y dirijo una última mirada a Daniel a modo de despedida, ya que él no se baja aquí. Mientras voy recorriendo todos los túneles de la parada, me asaltan dudas: ¿debería decirle algo? No. Es ridículo. Tampoco sabría por dónde empezar ni qué decirle. Además, ni sabrá de mi existencia. 


Después del viaje y cruzar los pasillos, llego a la facultad. Y cuando acabo mis clases, me despido y vuelvo a casa pero teniendo en cuenta que estamos en mayo y que hoy he estrenado unas gafas de sol, decido caminar. Hay un rato pero me apetece. Al poco, me doy cuenta de que he tomado una buena decisión no yendo en metro. Daniel está delante de mí. No sé ni qué hace, ¿está esperando a alguien?¿Está en la pausa?¿Ha ido a ver a su novia?


En ese momento pasa lo de las películas: yo voy hacia un lado y él también, voy hacia el otro y él también. Qué romántico. Lo siguiente es que se me caiga una cosa, los dos nos arrodillemos y nos enamoremos. 


Y casi es así. 


Tropiezo con algo y me caigo


- ¿Estás bien? - pregunta


- Sí sí. Gracias. 


Qué raro. Esa voz le queda fatal a esa cara. 


Entiendo. Porque esa voz no va con esa cara. No es Daniel quien ha hablado.


- Aquí ya te puedes morir, sería imposible que nadie te ayudara. 


- Ya- digo. 


Mierda, ¿qué digo? A la que alguien del sexo opuesto se dirige a mí, me enamoro. 


-¿Te has hecho daño? Te acompaño. ¿Dónde vas?- pregunta. 


Demasiadas preguntas. Me he enamorado. 


- Estoy bien, gracias. 


- No eres de hablar, lo pillo. 


Sonrío, soy mierda. 


- Me llamo David- dice


Me muero. Pasan unos segundos, o minutos. 


- Ah.  


- Y tú, ¿no tienes nombre?- pregunta. 


¿Qué digo? ¿Mi nombre? Me cuesta interactuar con el sexo opuesto. 


- Helena- digo


- Como Helena de Troya.


- Ya, es que cuando nací, como era tan bonita, según mi madre, claro, que decidió llamarme así en honor a ella- explico. 


- Pues mi madre me ha considerado siempre un asesino… suerte que no hay ningún Goliat en la familia. 


- Mi TFG trata del David de Miguel Ángel- le digo rápidamente.


Me mira. Veo gente alrededor que nos mira. Me acabo de dar cuenta de que estamos enfrente de la escalera de una parada de metro y la gente se impacienta por salir de allí. 


- Una cosa- me dice


Me estoy poniendo nerviosa. 


- Tienes algo en  la mejilla- me suelta


¿Cómo? Vale, me quiero morir. La mierda del bocata de Nutella. 


- Quizás es… - no quiero reconocer que he comido un bocata de Nutella. 


- Nutella, ¿no? A mí siempre me pasa- dice


Entiendo que le quiere quitar hierro al asunto y se lo agradezco. 


- ¿Tienes prisa? ¿Ibas a coger el metro, verdad? ¿Te apetece tomar algo?- pregunta. 


No tengo prisa, no iba a coger el metro y sí me apetece tomar algo. Menos mal que hay gente que tiene más valor que yo. 


- No, no tengo nada que hacer- le digo


- Pues vamos, conozco un bar aquí cerca con servilletas para limpiarse la Nutella- me suelta riendo. 


Me muero de la vergüenza pero estoy contenta de no haber cogido el metro. 


 


 


 


 

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